Colores en el fuego

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RubirexMonth2021 Día 1: Amor a primera vista.

Colores en el fuego

El mundo ante mis ojos siempre fue gris. Gris en su variedad de tonalidad, pero gris al fin y al cabo. Crecí con historias que mis abuelos me contaban sobre como vería los colores una vez que conociera a mi alma gemela, que nos complementaríamos y que sería unir nuestras almas en una sola. De niño esas historias me encantaban, cuentos para dormir, cuentos para tomar el té frente a la chimenea. Cuentos que me gustaba compartir con Mangel y Alex y cuentos que adoraba recordar en las noches de insomnio.

Pero aprendí prontamente que no vivimos en una historia de mundos mágicos, así que enterré esos sueños en lo más profundo de mi corazón y me encargué de acostumbrarme al gris.

Al gris de las flores, al gris del césped. Al gris oscuro del agua y al gris brillante del cielo. Al negro de la noche y al blanco del sol. Al gris de mi piel, al gris del cabello de Miguel Ángel, al gris de la mirada de Alejandro y al gris de la sonrisa muerta de mis abuelos que una vez dejaron el mundo se llevaron todas las historias que tanto amaban contarme. Porque que ellos se hayan encontrado no significaba que yo fuera a encontrar a mi otra mitad.

Cuándo conocí a Samuel creí que era el amor de mi vida. Los grises se volvieron instintivamente más brillantes. El sol se sentía más cálido, el mar se sentía más vivo, el cielo se sentía más denso. Y creí que no todo era como en los cuentos y que simplemente eran mis ojos los que estaban mal. Que Samuel era mi alma gemela y hacía que mis colores se sintieran más brillantes. Le di todo, lo amé con todo, le regalé mis primeras veces y creí que finalmente estaba viviendo una parte de los tantos cuentos de hadas románticos que me apasionaban. Samuel era el héroe que frente a mis ojos me había salvado.

Entonces encontró a su alma gemela en una misión. Una mujer hermosa, rubia, alta y cuya presencia se sentía poderosa.Y Miguel Ángel murió en sus manos. Una misión que salió mal y en la que alguien tuvo que ser dejado atrás. Un accidente, pero mi corazón se llenó de tanta furia que simplemente todo ese amor se convirtió en odio. ¿Por qué el sacrificado debía ser mi hermano del alma? ¿Por qué para salvar a esa tonta mujer debía de morir él? Samuel desapareció de mi corazón tan rápido como entró y me encargué de desaparecer todo el sentimiento que se había creado.

El gris se volvió opaco, oscuro. Una tonalidad sin vida que quemó mi mundo. El gris más muerto que había visto en todos los años de vida que llevaba. Y me resigné a jamás querer sentir nada tan fuerte que fuera a robarse el balance emocional que mi corazón se encargaba de mantener.

Conocerte fue inesperado. Sabía que llegarías, puesto que tu llegada a Karmaland había sido anunciada en juntas de organización. Sin embargo me negué a ir al cartel ese día. Nadie amigo de Samuel sería bienvenido en mi vida. Simplemente oí tu nombre y seguí con mi vida como si fuera una nimiedad. Así que conocerte fue realmente inesperado. Estuve simplemente en el lugar equivocado, a la hora equivocada. Vi lo que probablemente no debía ver. Oí la explosión demasiado cerca de mi casa así que me acerqué por y con curiosidad, una cabaña en llamas que me calentó el rostro al instante. Tu figura desconocida observando el fuego con admiración. Un fuego que ante mis ojos era brillante y vivo, pero gris junto con todas sus tonalidades. Al girar tu la cabeza y verme fue como si todo explotara.

Una explosión de colores que me quemó los ojos. El naranja brillante que se mezclaba con las llamas rojizas y amarillas que se alzaban con fiereza comiéndose la madera de la casa con desesperación. El verde brillante y profundo de tu mirada que me robó el aliento. Los latidos agitados de mi corazón estallaron en infinitos sentimientos que jamás habían tocado mi cuerpo.

Y tu rostro descubierto ahogado en una expresión anonadada me hacía ver que estabas sintiendo lo mismo que yo, las lágrimas que comenzaron a caer solas y sin aviso.

Conocerte fue inesperado, pero la explosión se tragó mi alma entera y los colores se sintieron tan vivos y brillantes que los sollozos de emoción se atoraron en mi garganta que buscaba respirar luego de la conmoción.

Todas las sensaciones que nadie jamás sabía cómo explicar, la mirada brillosa de mis abuelos al verse, la de Alex al ver a David. El frío en mi espalda y el temblor en mi estómago al verse sobrecargado de sentimientos. Rápidamente te instalaste en mi corazón y te robaste las palabras más verdaderas que podían salir de mis labios. Te volviste una persona tan fácil de amar, una que se sentó a escucharme y a conocerme como si fuera la obra de arte más brillante de todo el museo. Tu para mi lo eras.

Mi vida se volvió rápidamente más liviana.

Y tardé años en aprender el peso de tener una alma gemela. El peso del corazón, el del alma. El dolor que muy pocos vivían y que nadie jamás sabía poner en palabras. Un día tan bello y brillante, con el sol calentando mi rostro y el verde del césped picando en mi nuca. Los dientes de león que se movían de un lado a otro entrelazados con las hojas del pasto.

El verde de tu mirada fue el primer verde que vi, tan intenso y cálido por el fuego que nos rodeaba. Y el verde del pasto que se convirtió en gris opaco de un momento a otro fue el último. Cálido por el sol y frío por el dolor que rápidamente apuñaló mi pecho. Un dolor que jamás había sentido, uno desgarrador que arremetió contra mi integridad y se sintió como morir en vida.

Tu explosión de amor se llevó consigo mi vida entera.

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