Realmente creyó poder manejarlo. Besar sus labios como un juego, abrazar su cuerpo y rogar por más sin compromiso alguno. Pero sin darse cuenta se sentía tan dependiente que lo único que podía hacer era llorar por las noches en vela rogando que nunca terminara. Que le dejara para siempre.
En algún momento sintió perder la belleza que lo había cautivado. Ojeras oscuras marcando su rostro gracias a las noches de insomnio, había bajado peso por el estrés, por su estado de ánimo. Cada día sentía hacer menos esfuerzo por verse bien a los ojos ajenos a su vida. Pero aún así, Guillermo, seguía aferrado a él como si fuese el oasis en medio del desierto.
Y de esa manera se sentía él, aferrándose a sus mimos, a su tacto. A su mirada y a sus suspiros. No importaba cuantas veces Guillermo Díaz probara platos de otra mesa, siempre terminaba volviendo a él desesperadamente, volvía a marcar su piel, volvía a saborear su alma.
Se suponía que jamás serían nada, se suponía que sería fuerte, pero allí se encontraba siendo inestablemente adicto a un ser humano. Un ser humano terrible, mentiroso, manipulador. Había visto a Guillermo jugar con otros, dejar a otras, hacerles llorar. Jamás se quedaba tanto tiempo con un juguete. ¿Por qué a él no le soltaba? Rubén lo amaba, vaya que lo había empezado a hacer...y quizás era por eso que añoraba que le rompiera el corazón.
—Déjame...—No era la primera vez que lo decía. Después de una sesión pasional de sexo, acostado abrazándose a su mismo, fumando pasivamente el humo del cigarrillo ajeno, lágrimas amenazando con caer.
—Iré a lo de Vegetta, ¿vale? Las llaves están en el recibidor.—Tampoco era la primera vez que el albino le ignoraba en silencio, cambiaba de tema como si no tuviera importancia.
—Guille...
—Nos vemos, envíame un texto cuando estés en tu casa.
Y nuevamente comenzaba a llorar en la soledad de la habitación ajena. La conocía de memoria, se sabía todos sus secretos. Guillermo y él se habían besado en el escritorio, habían follado contra la biblioteca, habían jugado en el placard y habían hecho...el amor infinitas veces en la cama. En la alfombra, contra la pared, sentados en la silla.
Y eso solo allí.
Lloró hasta que se cansó del ambiente.
Pero nuevamente en la noche se encontraba recibiéndolo en su casa para dormir juntos. Para que le abrazara durante la noche, besara sus lágrimas, se desvelaran juntos. Para ahogarse en su aroma.
Una cosa tenía segura Rubén y era que no tenía las fuerzas suficientes para terminar la relación que llevaba con Guillermo. No importaba cuantos insultos podía haber de por medio si después secaba sus lágrimas. No importaba cuantas veces se iba con otros si después volvía a besarle, a tocarle. No importaba cuantas veces ignoraba su petición si después le abrazaba hasta quedarse dormido. Lo necesitaba.
Pero estaba casi más que seguro que para Guillermo era un simple premio. "Miren al polvo de Willy, ojalá me lo pudiera follar." "Verá cuando Willy se canse de él, no me importaría tenerlo en la cama todo el día." El bello chico extraño que con su comportamiento de puta había logrado llevarse a Guillermo Díaz a la cama. O el popular y guapo chico que con su comportamiento de casanova, con su sonrisa ganadora y coqueta había logrado llevarse al exótico chico de gustos raros a la cama. A todo el mundo le pareció divertido. Un simple show, el chisme que jamás terminaba.
Pero había dejado de serlo hace tiempo. Y sus amigos se lo hacían notar constantemente.
"Come más, Rubius." "¿Hace cuánto no duermes?" "¿Cuándo fue la última vez que te cortaste el cabello?" "Tus ojeras me preocupan." Pero por más que supiera cómo su cuerpo, como su ser comenzaba a desgastarse, no podía ni pensar en dejarlo. Un adicto.
A veces pensaba que simplemente moriría si lo hacía. Que se había vuelto tan pero tan dependiente que si dejaba a Guillermo su vida se terminaría de derrumbar. Las pocas noches de sueño desaparecerían. Las palabras bonitas, los toques, besos, mimos. Sería como perder el oasis de su desierto de miedos, de su desierto de inseguridades y de malestares. Guillermo de alguna forma u otra le había salvado una parte del alma.
Así que si alguien debía terminar esa relación debía ser Guillermo. Porque él no tenía las fuerzas, él no tenía la sangre, no tenía el alma.
Y ese día posiblemente fue el detonante. Guillermo llevaba toda la mañana coqueteando con Kristina, intentando meterse bajo su falda, bajo sus bragas. Susurrándole al oído, besándole la mejilla. Y aún así durante el almuerzo se acercó a él, se sentó a su lado, besó su mejilla. Y Rubén no dormía hace días, lloraba en las noches. Le dolía la cabeza, le dolía el corazón.
—No puedo más, Guille...—El susurro le salió ahogado, casi imposible de escuchar. Aún así Guillermo desvió la mirada.—Guillermo.
—¿Y qué quieres que haga yo? Rubius...
Las lágrimas cayendo sin detenerse. Miradas ajenas clavadas en su mesa, Alejandro y Miguel Ángel vigilando desde la fila del comedor.
—Abrázame...¡sostenme! Necesito tus labios...los anhelo tanto.
La mirada lima confundida, casi acercándose a limpiar sus lágrimas. Rubén sollozó, casi entrando en pánico, sintiendo la ansiedad escalar desde la punta de los dedos de sus pies, el frío en su columna, la falta de aire.
—Devórame, haz lo que quieras...pero quiero morirme. Me estoy ahogando Guille...no puedo más.
Como si su mente buscara recargar baterías y no tuviera acceso a ningún cargador para hacerlo. Se limpió las lágrimas con la manga de la sudadera y buscó desviar la mirada, aún con la mirada ajena clavada en su cuerpo.
—Quiero que me ames, ámame. Ámame como nunca nadie antes...—Y sabía que estaba siendo egoísta, montando una escena en medio del comedor, sabía que no tenía derecho alguno a hacer eso, pues Guillermo y él habían comenzado su relación como un juego, sin ataduras, ni compromisos.—Llévame al cielo solo como tu sabes, enloqueceme...no te vayas de mi lado.
Pero ni siquiera tenía la capacidad de leer la mirada ajena. Ese verde lima nublado que le miraba con insistencia, ese mar verdoso en el que buscaba respuestas, quizás la respuesta que tanto anhelaba.
—O déjame. Rómpeme el corazón y deja de perder el tiempo conmigo, deja de hacer que pierda el tiempo contigo. Porque yo no soy lo suficientemente fuerte...Guille...yo no puedo irme de tu lado.
Tenía la mente tan volada, tan cansada y llorosa que simplemente tomó su mochila y salió del lugar ignorando por completo a los espectadores de su show sentimental. Quiso creer que Guillermo le seguiría, pero ni siquiera giró a verlo. Salió de allí llorando, con sus pensamientos gritando desesperados.
Y Guillermo no lo siguió.
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One-Shots Rubirex
FanfictionVoy a estar dejando por acá toda la serie de One-Shots que alguna vez tuve en twitter.