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—Tranquilo, padre, he sido ama de casa ya en una ocasión ¿lo recuerda? Cuidé de aquella señora mayor los cinco meses que le quedaban de vida, no será problema hacerlo de nuevo —expliqué.

El padre Choi parecía extremadamente preocupado por mi trabajo esta vez, por alguna razón que desconocía y que no me tocana preguntar, él no parecía contento con que fuera la empleada del hijo del señor Jeon, una de las personas que más a ayudado al convento en los últimos años en cuestiones financieras.

—No me refiero a que seas mala en tu trabajo, Misuk, eres honrada y haces las obras de caridad por motivos personales y con corazón, pero estamos hablando de un chico, uno que solo te adelanta en unos años, y tú eres una dulce e inocente chica apenas en sus veinte, ¿ahora sabes a lo que me refiero? —cogió mis manos, en el que sostenía el rosario de piedras negras que mamá me había regalado.

Tal vez si que era inocente, o tal vez un poco tonta, porque no me di cuenta al instante el transfondo de lo que me decía el padre Choi, tuve que repetir sus palabras varias veces en mi cabeza para llegar a la respuesta correcta, la que hizo que mis mejillas se colorearan al instante, y que me cuerpo entrara en total tensión al imaginarme cosas que Dios había borrado y que había remplazado por pensamientos puros y llenos de paz.

—Padre, por Dios, ¿cómo puede pensar eso? Yo se cuidarme, y sabe que estoy entregada a nuestro señor hasta el último de mis días, confíe en mi —me exalté de forma moderada, sin gritar, sin alterarme demasiado.

—Confío en ti con los ojos cerrado, sin embargo...

—Eso es lo importante, no pasará nada, conozco al señor Jeon y es un hombre de bien, con un corazón enorme que no le cabe en el pecho, su hijo seguro que es igual, no de qué temer —el padre Choi hizo una mueca no muy convencido pero también entendía que el dinero que me daban de mis obras de caridad las necesitaba.

Comprar medicina para mi hermano pequeño, enfermo del corazón era mi único objetivo, y alejado de todas las consecuencias, eso era más importante que cualquier cosa que pudiera pasar.

El padre Choi me acompañó hasta las puertas del convento en donde había pasado la mayor parte de mi vida, desde los once años había decido olvidarme de todo el exterior para servir a Dios, desde que mamá tuvo que gastar todo su dinero en mi hermano y no tuviera como mantenerme a mi, yo había tenido que buscar soluciones y en donde único me habían dado comida gratis había sido aquí. Y aquí permanecí todos estos nueve años, y hacía dos que hacía obras de caridad para personas necesitadas de personal, me pagaban y así yo ayudaba a mi madre con mi hermano, además, el convento había pagado consultas todas las semanas con el cardiólogo, y eso era más que suficiente para yo sentirme ayudada aquí.

El viaje hasta Seúl fue un poco largo, el Convento Hanamin estaba en un lugar bastante aislado de la cuidad, por lo que fueron varias horas de camino que se me hicieron eternas.

No conocía al hijo del señor Jeon, tampoco me hacía falta conocerlo, porque si era como su padre no había nada que temer, el señor Jeon había ayudado en problemas económicos al convento, era un hombre casi en sus cincuentas y decidía pasar los años de su vejez ayudado a los que verdaderamente los necesitaba, así que no había que temer.

Según estaba enterada su hijo estaba ocupado dirigiendo la empresa que alguna vez fue de su padre, y su casa estaba prácticamente abandonada, porque tampoco le apetecía tener personal de servicio, algo bastante raro siendo millonario, pero cada uno tenía sus razones y sus respuestas del porqué hacía las cosas. Además, eso era bueno para mi, porque así yo podía ser más útil para él y ayudar más a mi familia.

Cuando comenzamos a pasar por la cuidad se me fue imposible no mirar, la cuidad de Seúl era preciosa, con sus edificios cristalinos, las personas pasando de un lado al otro, sin preocupaciones de la vida, o tal vez con demasiadas preocupaciones como para soportarlas, veía también parejas, cogidas de las manos y le pedí perdón a Dios por envidiar la felicidad de ellos, porque no sabía si yo algún día iba a tener eso, estaba entregada a Dios y solo me dejaría ir si yo dejaba mi voto de lado, el cual me costó mucho obtener.

Unholy › jjkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora