Parte 1: Sin Miedo. Capítulo 8.

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La última ocasión que Saili salió con su familia, fue hace ya muchos años, ella tenía once. Desde pequeños, su padre les enseñaba a ella y a sus hermanos a pescar con un arpón. Las playas aún se encontraban limpias y era más sencillo encontrar algún par de peces perdidos. Pero esa fue la última vez que le permitieron salir a Saili. En un descuido, un hombre la tomó por la cintura y corrió con ella. El grito de la indefensa niña alertó a su padre y a sus hermanos, que de inmediato corrieron para rescatarla. Jéxu corrió tan rápido como pudo, atrás se había quedado su padre, agotado y maldiciendo a aquel hombre que se llevaba a su hija. Algunos de los espectadores se quedaron mirando aquella escena sin hacer otra cosa que contemplarlo todo. Finalmente, un par de calles dentro de la ciudad, Jéxu derribó al sujeto y Saili corrió asustada y llorando a refugiarse detrás de su hermano. Pronto llegaría Palaan para tomarla de la mano y llevársela de ahí. Mientras tanto, Jéxu había comenzado a golpear sin control a aquel sujeto. Estaba molesto, pero sobre todo estaba muy asustado. Descargó su rabia en el rostro de ese hombre y lo dejó tirado en el suelo inconsciente. A partir de ese día Saili tenía prohibido salir a la calle.

Pero años más tarde, siendo una adolescente, se fugó de casa un par de veces sin que nadie lo notara. Salía a ese mismo lugar donde intentaron raptarla. Se sentía inútil en casa y quería llevar comida fresca a la mesa, pues estaba harta de los sobres vitamínicos que llevaban un par de años alimentando al país.

Pero sabía que, de llegar a casa con alimento, su padre descubriría que había estado fuera. Así que cuando tenía la suerte de pescar algo, teniendo en cuenta que cada vez los animales marinos se volvían más escasos, caminaba en busca de alguien que necesitara alimento; algunos niños en la calle, o alguna familia que la miraba con tristeza. Era consciente de que desobedecía la orden de su padre, pero se calmaba a si misma pensando que lo que su padre le había enseñado desde muy pequeña; la pesca, estaba ayudando a otros.

Un día, una joven de su edad fue encontrada por un grupo de trabajadores que, a primera hora del día, se dirigían a sus labores. La chica caminaba desorientada y con sus ropas hechas girones, cuando uno de los hombres intentó ayudarla. Ella se sobresaltó y actuó asustada, gritando y llorando. Habían abusado de ella. Se corrió la noticia entre todos, y la culpaban por andar sola por las calles durante la noche.

Cuando Saili se enteró de todo aquello por voz de su padre, supo que ya no podía continuar con sus escapadas a la playa. Esa chica pude ser yo, pensó. Entendía perfectamente el por qué esa chica se encontraba fuera, nadie puede vivir durante tanto tiempo entre cuatro paredes, eso Saili lo sabía muy bien. Pero lo que más rabia le causaba fue enterarse de que la culpaban a ella por no resguardarse en casa. ¿Por qué iban a culpar a una chica que sólo deseaba su libertad? Se preguntaba Saili. Y fue así como entendió que debía seguir la orden de su padre y quedarse en casa. Porque si algo le llegaba a ocurrir a ella, a los ojos del mundo sería culpa suya por haberse expuesto, aun y cuando era totalmente consciente de que la culpa realmente es de todos aquellos que se encuentran en las calles dañando a las personas.

Esta tarde, Saili volvió a las calles. Mientras mira por el borde del muro de la azotea, de puntas en el último peldaño de su escalera de madera, observa de nuevo a la chica que vio hace un par de días. Su padre no se encuentra en casa, ha acompañado a Jéxu a una oficina de gobierno para solicitar algún tipo de papelería que va a necesitar. Palaan se encuentra en la escuela, y su madre trabajando en uno de los viejos muebles.

Así, sin pensarlo dos veces y atraída por la misteriosa chica, utiliza la escalera de madera para saltar el muro del patio y salir por el pasillo del vecino, como lo hacía en sus años de adolescente. Corre rápidamente, ocultándose como la chica, entre los escombros y la chatarra que se acumula en las banquetas. Pronto logra interceptarla, haciendo que la chica se sorprenda.

—Hola —dice Saili, sin saber muy bien lo que está haciendo.

—¿Te conozco? —pregunta la chica.

—En realidad no.

—¿Vas a la reunión?

—¿Qué reunión? —cuestiona Saili muy intrigada.

—Si no sabes, entonces no puedo decirte. No debí mencionarlo. Será mejor que me vaya.

—¡No! ¡Espera! —exclama Saili tomando a la chica del brazo.

—Llevo años oculta en casa, es la primera vez que salgo. Si mi padre se entera, me mata él mismo. Te vi el otro día, desde la azotea de mi casa. Si no vas a decirme nada, por lo menos ten más cuidado al ocultarte. Es peligroso, si yo te vi, alguien más puede hacerlo.

—Gracias, lo tendré en cuenta —responde la chica y se va dejando atrás a Saili.

Pero algo en ella la hace cambiar de opinión y vuelve en sus pasos.

—Si quieres saber sobre la reunión, ve a este lugar en dos días —le dice entregándole un pedazo de papel—. Ahí nos reunimos chicas como tú, que están hartas de vivir encerradas.

—Gracias —dice Saili, sujetando aquel esperanzador trozo de papel en el puño de su mano.

—No debería confiar en ti, pero te entiendo. Y agradezco tu advertencia, debo tener más cuidado, cambiaré mi ruta.

Y antes de despedirse le pide que guarde el secreto. Las reuniones son totalmente clandestinas. Son un grupo de mujeres que buscan la manera de devolver la tranquilidad a las calles.

—Estaba segura de que había otras como yo —musita Saili.

—¿Otras? —pregunta la chica—. Somos cientos, tal vez miles.


Sólo permitiré que me arrebaten el miedo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora