Parte 2: Sin Humanidad. Capítulo 43.

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Xiaomee da vueltas en su cama, no puede conciliar el sueño. Cuando por fin comienza a quedarse dormida, vuelve a su memoria la sensación de aquella noche en la bodega cuando los verdugos transgredieron su cuerpo dejando marcas en su piel que, si bien no son visibles, nunca serán borradas.

Ha tratado de dejar todo aquello atrás, dibujando una sonrisa en su rostro y enfocándose en el futuro que parece prometedor. Pero el pasado continúa atormentándola. Durante la noche no puede pretender, durante la noche es más vulnerable, y hasta la caricia de las suaves sábanas de seda le recuerdan a las rasposas manos que ultrajaron su cuerpo. No es la única que solloza en silencio y se pregunta si algún día volverá a dormir tranquilamente. Por la mañana Xiaomee tuvo su periodo, y con aquel sangrado sus lágrimas se hacen presentes. Se siente un poco más ligera.

Han pasado casi dos semanas desde las explosiones que ocurrieron en Quiloa. Para este momento se pensó que ya estarían de vuelta. Sin la competencia de videoclips ya no hay nada interesante por hacer, salvo conversar sobre teorías relacionadas con las detonaciones.

Elaah se encuentra conversando en un balcón con vista al jardín y al mar, junto a un grupo de mujeres de zona Dos.

—Uno propone y Dios dispone —dice una mujer anciana de zona Cuatro que trabaja en el servicio.

Algunas se habían unido al equipo de cocina y otras al equipo de limpieza para ayudar a los rebeldes que hacían esos trabajos. Ya fuera por mantenerse ocupadas, o debido a que los rebeldes no tenían un buen desempeño realizando las labores, pero sobre todo, a modo de agradecimiento por salvar sus vidas y ayudar a la causa rebelde.

—¿De qué estás hablando? —pregunta una de las mujeres de zona Dos.

—Ustedes han olvidado la existencia de Dios. Con los años he perdido muchas cosas, pero nunca la fe que me heredó mi madre. Es posible que Dios ya nos haya abandonado, tal vez nos merecemos todo este sufrimiento, tal vez no merecemos heredar esta tierra. La hemos ido destruyendo; talamos los árboles, contaminamos nuestros ríos y mares, asesinamos a los animales... nos asesinamos a nosotros mismos... ¿por qué iba Dios a entregarnos la tierra si no la merecemos? Tal vez está esperando a que terminemos nosotros mismos con nuestra propia existencia. Sabe lo destructivos que podemos llegar a ser.

Las mujeres la escuchan haciendo muecas.

—¿Y a ti quién te pidió tu opinión? —dice una cuando la anciana termina de hablar—. No eres más que una anciana de la servidumbre. No nos interesa tu opinión basada en tus ridículas creencias antiguas, que además están prohibidas.

Se ríen un poco mientras sorben de sus copas.

—Ve a limpiar las habitaciones o los baños, que para eso te han traído aquí. No seas entrometida, ésta es una conversación de mujeres de zona Dos.

—Señora —comienza a decir la anciana—, yo con gusto iré a limpiar. Después de todo, usted es de la clase de personas que ensucian y desordenan, yo, por el contrario, soy de la clase de personas que está dispuesta a limpiar y a ordenar. Con su permiso.

—¿Cómo se atreve a hablarme así? Voy a hablar con Hann sobre esto —comenta molesta.

—Tal vez tenga razón —dice Elaah contrastando con las opiniones de las demás.

—¡¿Elaah?! —exclaman asombradas.

—¿Es que no han aprendido nada? Son iguales a sus esposos. Tal vez ella tenga razón —repite mientras señala la puerta por donde la anciana se retiró—. Tú especialmente no tienes ningún derecho a sentirte superior a nadie; todo lo que tienes no lo has obtenido por ti misma. Si no fuera por tu esposo probablemente estarías muerta en una fosa común en la zona Cuatro.

—¡Elaah! No te voy a permitir que me hables de esa manera.

—¿Cómo vas a hacerlo? No eres más que una mujer de zona Dos. Te recuerdo que yo soy de zona Uno.

Arquean las cejas y fruncen los labios. Elaah continúa.

—No tienes ni idea de lo que significa trabajar, y por eso no reconoces la dignidad que conlleva ese acto. Es por eso que no lo valoras.

—Elaah, no me importa si eres la primera da...

—Cierra la boca que estoy hablando yo —la interrumpe—. Si nos vamos a poner a adoptar nuestras zonas y a hablar de insubordinaciones, entonces te ordeno que cierres la boca porque yo estoy hablando, y aquí la de mayor rango soy yo.

Guardan silencio y beben de sus copas para ocultar su enojo frente la repentina actitud que Elaah les entrega.

—Yo no nací siendo la primera dama de Quiloa. Yo nací en una familia que terminó formando parte de la zona Tres, luego de la reestructuración social. Tuve que prepararme mucho para llegar a este lugar en el que me encuentro. Fui a la universidad cuando aún podía hacerlo y trabajé en muchos lugares, también cuando las mujeres podían hacerlo. Fui voluntaria junto a Karthur, y desde entonces hemos luchado por llegar hasta este punto. No ha sido fácil, pero tampoco ha sido todo alegrías. ¿Sabes que si ha sido? Gratificante. El día que trabajes duro para ganarte lo que tienes, puedes venir a intentar compararte conmigo, pero no te atrevas a sentirte superior a nadie. Ni tus creencias, ni tus riquezas te vuelven superior a nadie. Ni siquiera lucir ese cuerpo te ha costado trabajo. Lo único que te aplaudo es que te hayas casado con un hombre dispuesto a pagarte todas las operaciones que te formaron tal y como eres. ¿Será que hay algo en ti que hayas obtenido por ti misma? Además de un esposo al que no le importas porque no ha hecho nada para recuperarte.

—¿Cómo puedes hablarme de esa manera? —dice ofendida y aguantando las lágrimas.

—¿Cómo puedes tú hablarle así a ella —dice Elaah, señalando nuevamente a la puerta—. Me da asco la actitud que conservan algunas de ustedes. No hemos aprendido nada.

—No sabía que eras una mujer de fe, Elaah —dice otra de ellas—. Supongo que lo tienes escondido porque tu esposo no aprueba esas conductas fanáticas. Te recuerdo que son ilegales esas creencias.

—No. No soy una mujer de fe.

—¿Entonces? ¿Por qué defiendes a esa anciana de zona Cuatro?

—La razón de que tenga que explicártelo es suficiente.

—No comprendo —dice ladeando el rostro.

—Exactamente. No lo comprendes. No comprendes absolutamente nada. No entiendes que no necesito formar parte de un grupo para poder defenderlo. Y podría estar aquí horas tratando de explicarte todo, pero no lo entenderías porque no estás dispuesta a comprenderlo.

—Señoras —interrumpe un guardia—. Pasen por favor al auditorio. Tenemos noticias de Quiloa que queremos compartirles.

—¿Qué ha ocurrido? —dice una de ellas.

—Dijo que pasemos al auditorio, ¿no escuchaste? —agrega Elaah poniendo los ojos en blanco, harta de esas mujeres.

—¡Tengo derecho a saber, Elaah!

—¡Y ellos van a decírtelo! Es por eso que te están pidiendo que vayas al auditorio —finaliza apresurando el paso para dejarlas atrás.

—Qué grosera —murmuran un par.

Elaah ya se encuentra lejos para escucharlas, y aun así le importa muy poco lo que ellas tengan qué decir.

Sólo permitiré que me arrebaten el miedo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora