El primero en caer fue Sentrinel Ahipolus. Su figura de bronce es derrumbada por las insurgentes para dar inicio al regreso a las calles. Sentrinel fue el presidente anterior a Karthur, que inició Quiloa junto al presidente del otro país con el que se formó la isla cuando las aguas se elevaron. Pero de aquel otro presidente poco se sabe, pues murió un par de semanas después de que se estableciera Quiloa, y ya nadie volvió a mencionarlo. Luego vinieron las prohibiciones, la separación de zonas, y todo lo que se ha construido en la sociedad actual del país.
Cientos de insurgentes marchan por las calles como nunca se ha visto en años. Esta noche las calles les pertenecen a ellas.
Los disturbios, como más tarde son denominados en el boletín, ocurren en todas las zonas Tres de cada sector, y avanzan rumbo a las zonas Dos para invadir aquellos territorios a los que también les tienen negado el acceso. Hace algunos años, aún se podía acceder, pues es en las zonas Dos donde existen los hospitales, pero los Dos se negaron a compartir su espacio con los Tres, y fueron desterrados también de ese derecho. Para los Tres, se instalaron pequeños centros de salud que no responden a las necesidades sanitarias necesarias de toda la población, pero esa situación carece de importancia para los Dos, pues ellos gozan de sus instalaciones sin mezclarse con los Tres.
Las insurgentes llegan al muro divisorio, llevan los rostros cubiertos con pedazos de tela. Ponen en práctica sus conocimientos de defensa personal al derribar a los agentes de seguridad. Los refuerzos para detenerlas no son suficientes, pues las insurgentes al frente se han hecho de sus propias armas para abrirle camino a las demás. Algunas chicas son heridas por las detonaciones de la seguridad del muro, pero eso no detiene a la marea insurgente que se abre paso por las calles, formando un iracundo río.
En el muro, del lado de las zonas Tres, aun se leen los mensajes que los rebeldes de Vox Populi dejaron como protesta cuando comenzaron con las transmisiones de los videoclips. Pero ahora las insurgentes también se están adueñando de ese espacio para dejar sus propios mensajes de protesta.
Una fogata comienza a arder en medio de la noche. Los trozos de tela que llevan en el rostro, cubriendo sus bocas, simbolizando el silencio, son arrojados al fuego por todas las mujeres que pasan por ahí. Comienzan a destruir todo lo que les han negado. Cada objeto que se encuentra dentro de la zona Dos es un recordatorio de todo a lo que ellas no pueden acceder. Están hartas de solamente existir, desean tener una verdadera vida.
Algunas chicas de zona Dos se unen a ellas. Si bien las chicas Dos pueden salir con mayor seguridad dentro de su zona, están lejos de gozar sus derechos por completo. Aun y cuando existe un muro que las divide, las une una causa.
El plan es que todas las chicas de zona Tres de cada sector lleguen a la zona Uno para que el presidente las escuche a una sola voz, y se dé cuenta de que no son un mito, que existen, que están ahí, que son reales, y que merecen de vuelta todo lo que se les ha arrebatado.
Los agentes de la seguridad arriban al lugar para desalojar a las mujeres, que ya son vistas como criminales.
Saili y Xiaomee avanzan entre la marea, ya han arrojado sus pedazos de tela al fuego y Saili se siente algo más libre. Conoce un poco la zona Dos gracias a sus visitas al palacio del sector. Caminan por la avenida principal rumbo al muro de la zona Uno. Ahí los agentes de la seguridad ya las esperan armados. Pero el muro que separa a la zona Dos de la Uno, no es ni alto, ni de concreto, sino más bien un simple alambrado, pues al parecer los Dos no tienen ninguna necesidad de cruzar esa frontera. Por lo que es sencillo para las insurgentes cruzar esa delimitación, abarcando una extensa área que los agentes no pueden controlar. Hay cientos, tal vez miles de mujeres cruzando los límites preestablecidos.
La primera manifestación fue silenciosa, recuerda Saili las palabras de la líder insurgente de su sector. Les relató que se burlaron de ella, y que algunas recibieron agresiones físicas antes de que las mandaran de nuevo a casa, de donde nunca debieron salir, citando las palabras que un agente de la seguridad les señaló.
La segunda ocasión acudieron directamente a las oficinas de seguridad, pero nadie les prestó atención ni fueron tomadas con seriedad, pues la ley no las respaldaba y no había nada que hacer por ellas.
Esta vez, la tercera, debe ser la definitiva, pues ya no existe espacio para la diplomacia. Se van a hacer escuchar a la fuerza, pues es por la fuerza la única forma en la que los hombres parecen entender.
El río de mujeres crece, se transforma en mar, y su oleaje amenaza con tragarse las tierras del hombre. Así ocurrió con la naturaleza, y así ocurriría también con la naturaleza del ser humano.
En las costas, esperan las insurgentes, que queden únicamente los remanentes de la sociedad que estaban viviendo. Pues finalmente resultaría sepultada bajo las aguas; aguas conformadas de su llanto y de su sudor. Están seguras de que así ocurrirá, pues ellas mismas se encargarán de que así sea.
Ya en la zona Uno, se reúnen miles de insurgentes de todos los sectores. Pronto se enteran de que incluso hay entre ellas, algunas mujeres de zona Cuatro a las que les había llegado la noticia, y habían encontrado la manera de cruzar la seguridad de sus muros divisorios.
La marea insurgente ya es incontrolable. Durante años han subestimado a todas esas mujeres, y ya no piensan tolerarlo un momento más. Se han olvidado de ellas, pero ahora que están todas ahí, es imposible ignorarlas.
Para dispersarlas, lanzan los gases. Los agentes y verdugos no son suficientes, pero aun así las atacan con violencia. Algunas resultan heridas, y muchas otras mueren. Hay también algunos grupos de verdugos que arrastran a las mujeres a sus camionetas. Saili y Xiaomee entre ellas.
Las toman por la fuerza. Ambas se habían alejado de la trifulca, pero al ver a unas chicas más jóvenes tratando de zafarse de los verdugos, intentaron ayudarlas, para al final, solamente unirse a ellas.
Saili, asustada, sabe lo que los verdugos hacen con las chicas que capturan. Todas lo saben gracias a la información que filtró. Pero parece que ahora corre el riesgo de averiguar personalmente si aquellos rumores son ciertos.
Xiaomee y Saili luchan con todas sus fuerzas, pero los verdugos las superan en número y fuerza. Las suben a la camioneta y se las llevan lejos de la trifulca, rumbo a un futuro amenazador.
El gas logra dispersar a las mujeres. El baño de sangre que los verdugos y los agentes de la seguridad se encargan de crear, es borrado por la lluvia que se hace presente. Al día siguiente, las sobrevivientes se encuentran de vuelta a la realidad, siendo señaladas como criminales durante su breve paso por el boletín.
—Ya no están bajo nuestro control —argumenta Karthur en una reunión con el grupo conejal
—Sus actos de rebeldía solo nos traerán más ofrendas. No hay razón para preocuparse. Los agentes de la seguridad tienen órdenes muy claras de disparar a matar si ocurre algo similar —dice uno de los concejales—. Incluso ante cualquier medida desafiante por parte de cualquier persona.
—Es lo correcto Karthur —dice otro de los concejales—. Tenemos que dejar muy claro quién está a cargo.
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Sólo permitiré que me arrebaten el miedo.
Ficção CientíficaEn un futuro próximo, el ser humano destruye al medio ambiente mientras el oceáno comienza su venganza comiéndose a la tierra. Los países unifican sus territorios pero dividen a la población. Saili es una joven que se ve obligada a vivir entre las c...