—¡Es absurdo! — La voz de Cade Rowan resonó en la sala de juntas. Un silencio sepulcral se cernió entre sus ocupantes. Los tres hombres, con traje de chaqueta y calvicie inminente, evitaron la mirada de Cade.
Sintió que le iba a estallar la cabeza, presa de una rabia impotente. —No os quedéis ahí sentados, — volvió a gruñir. —Dadme una solución. ¿Es que ese hombre ha perdido la cabeza?
Respiraba audiblemente, apoyándose en la enorme mesa de más de cuatro metros. Uno de los hombres se rascó un lado del cuello, mirando fijamente el diseño de granito del suelo. Cade esperó aún más para que lo miraran a los ojos, y al ver que ninguno lo hacía, dio un puñetazo en la mesa. —¡Arthur! — le espetó al único abogado en la habitación que era, además, su propio sirviente personal —¿No tienes nada que decir al respecto? Es la condición más estúpida que he visto en mi vida. No puedo creer que vayan a cumplirlo en los tribunales. ¿Cómo propones que arreglemos esto?
Arthur, un hombre de mediana edad, delgado y de pelo oscuro, que nunca había visto a su cliente con un aspecto tan amenazante, se pasó el dedo por el interior del cuello de la camisa, visiblemente nervioso. —Ya he revisado los detalles, señor Rowan. Es legalmente vinculante. Bastante, de hecho. No podemos hacer nada para evitarlo.
Cade miró al hombre con ojos de hielo y, al fin, sucedió. Comprendió la realidad. El sentimiento de negación dio paso al impacto, al horror y sintió el impulso de romper algo valioso. Se volvió hacia la ventana que daba al horizonte de Manhattan. Parecía que el corazón iba a salírsele del pecho.
Estaba furioso. Y no recordaba la última vez que algo le había irritado tanto. Drenaba toda su energía. Se concentró en su respiración, obligándose a apartar de su mente aquella impotente incredulidad.
No era de los que sucumbían a esperanzas fútiles. Las emociones mágicas y místicas no existían en su vida, solo el trabajo duro, el poder, el dinero y la posición. Las noticias que acababan de darle los abogados amenazaban con arrebatarle todo por lo que había trabajado desde que tenía memoria.
—¿Podemos probar que estaba chiflado cuando hizo esa enmienda?
Una vez más, hubo un silencio absoluto en la habitación. Los tres abogados lo miraron boquiabiertos.
Alzó las cejas. —No bromeo.
Arthur dio un paso adelante. —Todos conocen la reputación de su padre, señor Rowan. Se reunía con delegados chinos y negociaba proyectos de gaseoductos hasta una semana antes de su muerte. Nadie creerá que había perdido la cabeza.
—Pues dadme una solución, — susurró apretando los dientes. — Vosotros sois los abogados. Cuando acordé pagar a vuestra firma medio
millón de dólares al año por anticipado, nadie me indicó que tendría que solucionar yo mismo los problemas legales.
El abogado se sonrojó. —La enmienda se hizo dos semanas antes de morir su padre. Su intención era que se cumpliera. Sabía que sus problemas de corazón se estaban agravando. Se aseguró de que no quedaran cabos sueltos.
—Lo mataría si no estuviera ya muerto, — dijo Cade antes de hacer una mueca y mesarse el cabello con desesperación. —Ha logrado arruinarme la vida sin remedio. — Volvió a mirar al grupo. —¿No hay forma de salir de esta? ¿No hay ningún error en el testamento?
Los otros dos abogados se levantaron con solemnidad, como si fueran a dar la noticia de una muerte inminente. —Señor Rowan, no hay forma de evitarlo. Aunque usted haya sido responsable de que la empresa haya llegado donde está, nunca le pidió a su padre que dejara las acciones a su nombre.
—No sabía que iba a joderme tanto cuando muriera, — murmuró para
sí.
Arthur suspiró. —Como abogado suyo, le sugeriría que cumpliera el deseo de su padre. — Se echó hacia atrás cuando Cade lo miró con ojos asesinos y apretando la mandíbula.
Pero admiró su valor al hablar, aunque su voz careciera de la confianza de siempre.
—No es el fin del mundo, señor Rowan. Todo lo que necesita es una mujer que esté dispuesta a casarse con usted y dar a luz a su hijo. Seguro que
ninguna mujer en su sano juicio es capaz de rechazarlo.
Cade sintió calor en su rostro, avergonzado. Podía pasar sin esa conversación sobre reproducción con su abogado. —Mi padre no especificó nada de casarme, ¿verdad?
Arthur tomó el ofensivo documento frente a Cade y le echó un vistazo.
—No. Mis disculpas. Solo necesita un hijo biológico para heredar el negocio.
Le sugiero que busque un vientre de alquiler.
Cade miró con odio el documento que contenía el testamento. Su padre lo había destrozado. ¿Qué clase de hombre obligaba a su hijo de treinta y ocho a reproducirse para poder heredar su propio negocio? La adrenalina comenzaba a esfumarse y se sintió débil, muy vulnerable y tentado a hacer lo que sugería su abogado.
La humillación era demasiado grande. Jamás en su vida le habían obligado a hacer algo en contra de su voluntad. Y ahora, para librarse de la ruina absoluta, se esperaba de él que fecundara a una mujer cualquiera... y, ¿luego qué? ¿Criar al niño? ¿Dejarlo con niñeras hasta que creciera y dejara de molestar? Y, ¿cuándo sería eso? ¿Con dieciocho, cuando el parásito se fuera a la universidad?
Hizo una mueca ante el mero pensamiento de tener un niño en su casa. Estaba acostumbrado a vivir con prisas. Su desapego manifiesto a cualquier aspecto relacionado con la familia y las emociones le había granjeado el éxito hasta entonces. Era adic
ni manchas de comida.
Derrotado, fue consciente de que su padre no solo le había destrozado la vida a él, sino al bebé que vendría al mundo como resultado, pues Cade no deseaba un niño en su vida.
—Hay...— Arthur se acercó para tomar un sobre detrás del documento.
—Una carta que le escribió su padre. Es confidencial.
Cade no estaba de humor para más tonterías.
—Podría aclararle por qué decidió hacer una modificación tan inusual.
Cade le dio la vuelta al sobre y desgarró el sello para abrirlo. Al sacar la carta, tuvo esperanzas momentáneas. Puede que fuera una broma. A lo mejor en la carta hay algo...
—Sé que estarás indignado por los cambios hechos en el testamento. La empresa ha sido de tu propiedad desde hace mucho, pero mi salud se deteriora con rapidez y quiero asegurarme de que no te quedas solo tras mi marcha. No es que hayas necesitado nunca a nadie, pero ese es el problema. Deberías hacerlo. Todo el mundo lo hace. Has fundamentado tu vida en el trabajo, el dinero y el poder y, a menudo, hablas con pasión de ello, pero deberías saber qué es lo más importante en la vida...
—¡Qué sarta de idioteces! — exclamó Cade arrojando la ofensiva carta sobre el documento, cerrándolo y dejándolo a un lado. No podía soportar más su contenido.
—¡Apartadlo de mi vista!
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Los trillizos del multimillonario
Romanceuna noche es lo que hace falta para que tu vida cambie para siempre