Tessa caminó apresuradamente hacia su edificio de apartamentos. Solía obligarse a disfrutar del paseo en autobús a su casa, pero esa mañana no podía ser. No ayudaba nada el hecho de sentirse desaliñada y bien jodida tan temprano. Aún podía oler el olor de Cade en su piel. Era difícil convencerse a sí misma de que los demás no lo harían. Pero esos pensamientos nublaban su mente y la hacían retroceder a aquella cama cómoda en una fantástica habitación donde su enorme cuerpo se había cernido sobre el suyo y habían entrelazado sus miembros.
A recordar los detalles, se sonrojó con fuerza. Subió las escaleras al entrar al viejo edificio. Los ascensores llevaban seis meses sin funcionar y subió a toda prisa las cuatro plantas hasta llegar a su apartamento. Como siempre, se emocionó al pensar en ver de nuevo el rostro de Steven. La sonrisa de su hijo le hacía olvidar todas sus preocupaciones, aunque no fuera por mucho tiempo.
Giró la llave en la cerradura, tratando de adivinar por qué había tanto silencio en el interior del apartamento. Steven siempre se levantaba temprano, por lo que la canguro, su vecina de al lado y amiga Ella, tampoco podía estar durmiendo.
Abrió la puerta y sonrió. —Steven, mamá está en casa. — Se detuvo
mientras se quitaba la chaqueta. —¿Steven? — Sus zapatos resonaron en el suelo mientras atravesaba la pequeña sala de estar hasta llegar al dormitorio. Estaba vacío. —¿Ella? — Su voz se asemejó a un graznido de terror en sus oídos, mientras salía corriendo del apartamento y llamaba a golpes a la puerta de Ella. —¿Ella? — Llamó al timbre repetidas veces.
Buscó su teléfono en el bolso, mordiéndose el labio al no encontrarlo. —Mierda. Mierda. — ¿Se lo había dejado en el hotel? ¿Estaría Ella llamándola? Lo encontró al fin y suspiró aliviada, pero maldijo para sus adentros. Había olvidado que se había quedado sin batería.
Vio a Dan, el fontanero al que llamaban a menudo para arreglar los problemas del edificio que se caía a pedazos por falta de mantenimiento. — Dan, ¿Puedo usar tu teléfono? — Se lo quitó de las manos antes de que le diera tiempo a responder. No le iba a decir que no de todas formas, y marcó el número de Ella.
—¿Ella? ¿Dónde estáis?
No tuvo que decir más. Abrió los ojos de par en par, agarrándose el pecho con la otra mano y lágrimas en los ojos. —Voy para allá. Llego en diez minutos. Enseguida estoy allí.
Bajó corriendo las escaleras que había subido apresuradamente momentos antes. Le dolían los dedos de los pies por culpa de los tacones, pero no se atrevió a subir un minuto y cambiarse de zapatos. El remordimiento se aferraba a ella como una boa, constriñendo su flujo sanguíneo,
estrangulándola hasta que no sentía sus manos y pies. Sintió que se mareaba.
Steven había tenido una reacción alérgica y sabía lo malas que podían llegar a ser.
Y mientras tosía y se le hinchaba la garganta, tú estabas en la cama con un completo extraño, rodeándole la cintura con tus piernas y clavándole las uñas en la espalda para que te penetrara.
—¡Oh, Dios mío! — Se tapó el rostro con las manos, frotándolo con rabia mientras paraba un taxi. No había tiempo para el autobús. Ya llevaba bastante tiempo separada de su hijo.
Aunque el corazón amenazaba con salírsele del pecho debido al miedo que sentía, pasó el trayecto en taxi pensando en lo sucedido durante la noche. El remordimiento la consumía con sus garras putrefactas. Su teléfono estaba sin batería. Ella había estado llamándola y no había podido contactar. Y lo peor es que ni siquiera había sido por trabajo.
Pensó en Steven tumbado en la cama del hospital y olvidó todo lo demás. La necesitaba e iba a estar a su lado. Ya. Se arrepintió de pronto de haberse ido con Cade a su habitación.
Aquel hombre estaba enfermo. ¿Quién le pedía a una mujer, a una extraña, que le diera un bebé? Era absurdo. Estaba loco. No quería volver a verle la cara en la vida.
Sus tacones resonaron sobre las baldosas del suelo del hospital y al empujar la puerta vio a Ella al final de la sala. —¿Ella? — Buscó a su hijo con
la mirada.
—Mamá.
—¡Oh, Dios mío! —Agarró la manita de Steven y la besó. —¿Qué ha pasado, cariño? — Tenía la cara hinchada y los ojos casi cerrados por la inflamación. Llevaba un tubo conectado a la nariz que le insuflaba aire en las fosas nasales. Se veía pequeño y frágil e intentó contener las lágrimas de frustración. —¿Te encuentras bien? ¿Te duele?
Indicó que no con la cabeza y Tessa miró hacia otro lado, sin poder soportar verlo así. Se mordió el labio. Debería haber estado allí. Nunca debió hablar con Cade. Nunca debió estar con él. Su hijo la necesitaba. ¿Cómo podía haberle fallado de esa forma? ¿Qué clase de madre era?
Pasó la hora siguiente culpándose de lo ocurrido mientras Stephen dormía. Agarró su mano y jugó con sus dedos mientras sollozaba, observando el interior de la sala del hospital.
Deseó que su única preocupación fuera su hijo, pero el destino era cruel con ella. Calculó el precio del equipo médico, la habitación y todo lo que le rodeaba. ¿Cómo iba a pagar las facturas? No le quedaba nada que vender ni empeñar. Los dos últimos meses habían sido muy duros para ellos y no podría pagar lo que le debía al hospital.
Cuando llegó el médico, esperaba que le diera el alta a Stephen, pero le dijo que tendría que pasar allí la noche. Genial. Las facturas se acumulan. Se odiaba a sí misma. Odiaba en lo que se había convertido. Quería lo mejor para
su hijo, pero ni siquiera podía permitirse el lujo de preocuparse por él.
Hacía mucho que Ella se había marchado y Tessa no podía apartarse del lado de su hijo ni un momento. No podía soportar pensar que se despertara y no la encontrara allí. Cuando al fin abrió los ojos en mitad de la noche, acarició su rostro y charló con él durante un rato. Luego bajó corriendo a la cafetería a comprar un sándwich y algo para beber. Volvió a su lado cinco minutos después, pero ya se había dormido.
Sostuvo su manita, apoyó la cabeza en el brazo y cerró los ojos. Exhausta, se quedó dormida al instante y entonces se despertó sobresaltada, con el corazón martilleándolo en el pecho. Estaba agotada y estresada, pero libraba una batalla en su interior. Una parte de ella la urgía a dormir. La otra la mantenía despierta haciendo que su mente se mantuviera activa debido a la preocupación.
Durante un instante, recordó el rostro de Cade yaciendo bajo ella.
Recordó la forma en que sus manos pálidas brillaban sobre su piel bronceada. Imaginó la forma en que sus abdominales se habían tensado al unir su cuerpo al de él. Su rostro se oscurecía de placer mientras la observaba y acariciaba con su pulgar su labio inferior, trazando un sendero húmedo hasta llegar a su pezón izquierdo. Se estremeció y apretó los muslos contra el asiento.
—Necesito tener un hijo. Un hijo biológico. Si puedes dármelo, te daré un millón de dólares a cambio. Tu hijo tendrá la vida resuelta.
Abrió los ojos, en un estado entre sueño y realidad. Su voz había sonado
tan sincera. Lo arreglaría todo, ¿no?
El dinero lo cambiaría todo. Steven tendría todo lo que ni siquiera podía soñar con darle. La mejor educación, la mejor comida, las mejores oportunidades. Y todo lo que Cade Rowan pedía a cambio...era un bebé.
Justo antes de volver a dormirse, su mente agotada y maltrecha decidió que Cade había sido muy generoso con su propuesta. Quería muy poco a cambio de algo que transformaría la vida de su hijo por completo.
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Los trillizos del multimillonario
Romansauna noche es lo que hace falta para que tu vida cambie para siempre