Al despertarse, estaba lista para afrontar los retos que se le pusieran por delante.
No iba a caer en la trampa de hacer lo que Cade le había pedido. Se enfrentaría al problema. Encontraría la forma de pagar las facturas del hospital de Steven. Se le ocurriría una manera de pagar todo lo demás. Solo tenía que esforzarse y encontrar trabajo. Las cosas cambiarían.
Ayudó a Steven a ponerse la chaqueta y le dio un beso en la mejilla. Seguía un poco hinchada, pero ya respiraba bien y los médicos habían dicho que podía irse a casa. Pasó una hora en el departamento financiero, viendo las facturas y buscando la forma de poder pagar lo que debía antes de poder llevarse a Steven a casa.
Por ahora, quería dejar de pensar en sus problemas. Solo quería meter a Steven en la cama y echarse una siesta. Su sonrisa se heló en su rostro al ver un trozo de papel angustiosamente familiar pegado en la puerta de su casa.
AVISO DE DESAHUCIO.
Era como si las palabras le gritaran. Contuvo la respiración y notó un terrible peso sobre sus hombros. No. No puede estar pasando. Ahora no.
El universo conspiraba para destrozar su espíritu. Para doblegarla y ponerla de rodillas. Quería gritar, pero se aferró a Steven que hizo una mueca
y le soltó la mano.
—Mamá, me estás apretando muy fuerte, — se quejó.
—Lo siento. — Se obligó a sonreír ante su hijo y volvió a mirar el aviso. Con manos temblorosas, abrió la puerta y entró, aturdida. Acostó a su hijo para que descansara un poco más.
Una hora más tarde, se dejó caer en el sofá al fin.
Tres días. Tres días para pagar el dinero que debía o perdería la casa.
Tres días para pagar o Steven se quedaría en la calle con ella.
Le dolía la cabeza. A Tessa no le gustaba llorar. Había llegado a la conclusión hacía tiempo de que las lágrimas no servían de nada. No mejoraban la situación y eran una pérdida de tiempo. Tenía cosas más importantes que hacer que quedarse sentada en el sofá y lamentarse de su desgracia. Así que respiró hondo y recurrió a sus escasas reservas de cordura para encontrar la forma de salir de aquella situación.
Tomó el teléfono y llamó a sus antiguos colegas, a las mujeres con las que había estudiado y a un hombre que había trabajado con ella como asistente jurídico. Nadie le ofreció una solución.
Nerviosa y angustiada, se acercó a la puerta de Ella y llamó. —¿Puedes quedarte con Steven?
—¿Ahora?
—Sí, solo un par de horas como mucho. Tengo que ir a buscar trabajo.
No puedo quedarme sentada en casa. Voy a volverme loca.
Ella accedió, pues también se sentía atrapada. Estaba embarazada de varios meses y no encontraba trabajo, así que el poco dinero que sacaba cuidando a Steven y a otros niños en el edificio significaba mucho para ella.
Noventa minutos más tarde, Tessa estaba sentada en la parada de autobús y la adrenalina abandonaba sus miembros. El único trabajo que había logrado encontrar era lavando coches y estaba tan lejos que no merecía la pena el dinero. Esta noche saldré a seguir buscando. Todo irá bien.
Por ahora, tendría que encontrar a alguien que le prestara suficiente dinero para pagar el alquiler atrasado para poder quedarse en su casa. Sentía que sus pies se negaban a sostenerla mientras subía las escaleras hasta su apartamento. Abrió la puerta y se detuvo de golpe. Steven lloraba a voz en grito.
—¿Qué ha pasado? — Corrió hacia la habitación.
—Empezó a toser de nuevo y se asustó. — Ella se apartó para dejar que
Tessa se sentara junto a su hijo. —Ya se encuentra bien, pero no deja de llorar.
Tessa lo acunó entre sus brazos, meciéndolo, con ojos llenos de miedo. Steven necesitaba atención médica. Tenía que pagar sus facturas del hospital, el alquiler, y no podía seguir viviendo así. —De acuerdo, voy a llamar al médico para que venga a verte. — Salió corriendo de la habitación y tomando el bolso del suelo donde lo había dejado, salió del edificio de apartamentos.
Sacó el teléfono del bolso con manos temblorosas y buscó en el tarjetero de su cartera hasta encontrar el rectángulo de cartulina.
Cade Rowan. Presidente de Rowan Corp.
Respondió al tercer tono.
—¿Cade? — Vaciló. —¿Señor Rowan?
—¿Tessa?
Suspiró con alivio. —Sí. Yo, eh...— —¿Estás bien? — preguntó titubeante.
—Sí, estoy perfectamente. Me preguntaba si podrías quedar conmigo dentro de una hora para discutir la propuesta que me hiciste. — Hubo una pausa al otro lado de la línea y Tessa contuvo la respiración. ¿Y si se echaba atrás? ¿Y si había cambiado el motivo irracional, fuera cual fuese, que le había llevado a pedirle algo así? ¿Y si ya no quería un niño?
—Mándame tu dirección por mensaje, Tessa. Te recogeré en una hora.
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Los trillizos del multimillonario
Romantikuna noche es lo que hace falta para que tu vida cambie para siempre