Tessa no era capaz de dormirse y las dos horas de siesta estuvo dando vueltas en el incómodo sofá. Al final, se tumbó boca arriba con una sonrisa en los labios mientras observaba el techo.
Iba a tener otro bebé. Hacía tanto tiempo que había tenido a Steven que ni siquiera recordaba cómo había sido el embarazo y el parto. Todo lo que recordaba es que la marcha del padre de Steven le había roto el corazón y se había sumido en la tristeza. Puede que no hubiera disfrutado del embarazo por ello. Tal vez había esperado demasiado tiempo a que Damien volviera a su lado, sin aceptar el destino y esperar con ilusión la llegada de su hijo.
Abrazó su estómago de forma protectora.
—Contigo no pasará. No volveré a hacerlo, te lo prometo, — susurró y se sintió feliz por la sorpresa. Se alegraba de haber experimentado el amor verdadero y la pasión. No era solo el consuelo de tener a alguien a su lado, era mucho más. Cade no la había presionado para acostarse con él, la decisión había sido suya. Allí había tenido poder y autoridad, aunque no hubiera tenido una conexión directa con el dueño de la casa, al menos al principio. Miró el reloj en la pared y se levantó. Era hora de recoger a Steven del colegio.
Buscó la rebeca fina que se había quitado antes de tumbarse y miró su reflejo en el espejo. Tenía profundas ojeras, pero le brillaban los ojos. No se había visto tan viva en días. Se abrochó la rebeca verde a la mitad sobre la camiseta blanca y agarró el bolso antes de salir. Todo iría bien. Se las arreglaría poco a poco. Él no tenía por qué saberlo ya. Se lo contaría cuando llegara el momento. La decisión le quitó un peso de encima. Con una sonrisa en el rostro, abrió la puerta.
Se detuvo de golpe.
Cade bajó el puño que había levantado para llamar a la puerta y se echó atrás. Se le encogió el estómago, avergonzado. Iba a quedar en ridículo. Ella sonreía, se la veía alegre y animada, y con solo verle su sonrisa se había desvanecido y retrocedió para protegerse.
—¿Cade?
Habló con un hilo de voz y observó el enorme ramo de rosas rojas que llevaba en la mano. No le serviría inventar ninguna excusa y ocultar las flores. De pronto, sentía el anillo en su bolsillo increíblemente pesado. Era una presencia viva que se burlaba de él, retándolo. Se enfrentaba al fracaso por primera vez en su vida.
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Los trillizos del multimillonario
Romanceuna noche es lo que hace falta para que tu vida cambie para siempre