Cielo Naranja

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De todas las posibilidades, está aquella en la que una tarde se tiñe de un naranja profundo, como la piel de una fruta. Posibilidades costeras que nos arrastran a la frescura de vivir, mientras un vehículo, a treinta por hora, se aproxima sin prisa pero con constancia. Los conflictos se disuelven al sentir la brisa en los hombros, y el mundo se vuelve, por un instante, más soportable.

El cielo naranja que enmarca mi atardecer inicia en cualquier día, sin avisar. En él, su vehículo avanza hacia el horizonte, como si fuera a recoger a un ser humano que, aunque pasable, es importante en su travesía.

Ese atardecer utiliza colores que embellecen el cielo de manera despreocupada, mientras el calor abrasador se intensifica de cero a cien, con un naranja vibrante que marca el final del día. A lo lejos, el tono púrpura anuncia el ocaso, la llegada, mientras mis ojos pesados lo acompañan en silencio.

Mi cielo naranja no termina en sus ojos; después de todo, dudo haber escapado de la esfera.

Cielo naranja, introvertido, me juzgas al mirarte, me invitas a tocarte. Aunque haya olvido, no quiero empezar de nuevo. Quiero seguir brillando, incluso ante las adversidades que destrozan mis pensamientos, aunque me dejen sin palabras, sin más opción que observar.

Cielo naranja, llegas tarde y sin remedio. Sin embargo, te he querido desde el principio, buscando en ti una calma que me elude. No cambies, porque tus matices son hermosos, como la mirada penetrante de mi chica estrella. La sombra que proyectas me deja perplejo, incluso en la oscuridad. Aplastas mis pecados, minúsculos pero pesados, que destrozan mi espalda con una simbiosis extraña.

Quiero llegar lejos, terminar el camino, acompañado por mi cielo naranja, que no se extingue y deja su rastro en cada paso. Después de dejarla en su casa, me alejo en silencio, siguiendo el mismo camino, pero esta vez inmerso en la oscuridad de mis pupilas, mirando con humanidad el sendero alternativo que me lleva, inevitablemente, al final.

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