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Lauren

   

    Envolviendo un bra­zo al­re­de­dor de su cin­tu­ra, la sa­co de la ofi­ci­na de su pad­re, ig­no­ran­do sus lág­ri­mas y pe­qu­eños ge­mi­dos. Hab­rá muc­hos más en los pró­xi­mos dí­as.

    —No me qu­i­eres…

    Sus pa­lab­ras su­enan en mi oído. Oh, qué equ­ivo­ca­da es­tá. La qu­i­ero más que a el­la… de hec­ho, la he qu­eri­do des­de ha­ce muc­ho ti­em­po. Años. Y aho­ra, fi­nal­men­te la ten­go a el­la y a su pad­re exac­ta­men­te don­de los qu­i­ero. He es­ta­do ob­ser­van­do, es­pe­ran­do, pla­ne­an­do der­ri­bar a Cabello du­ran­te los úl­ti­mos cin­co años. En el mo­men­to en que ma­tó a mi mad­re, qu­itán­do­me a la úni­ca per­so­na que me im­por­ta­ba, he es­ta­do pla­ne­an­do su ca­ída.

    No fue has­ta el fu­ne­ral de Sinu Cabello que su­pe exac­ta­men­te có­mo iba a con­se­gu­ir mi ven­gan­za. Cabello se ca­yó del car­ro des­pu­és de la mu­er­te de su es­po­sa y su prob­le­ma de ju­ego se mul­tip­li­có por mil­lo­nes. Pen­só que te­nía ti­em­po pa­ra pa­gar sus de­udas, es­ta­ba có­mo­do y es­tar có­mo­do te de­j­aba vul­ne­rab­le.

    Él no ti­ene na­da aho­ra, na­da más que el­la. Ahora, fi­nal­men­te la ten­go, mi pre­mio. Mi Camila. Una os­cu­ra bel­le­za de ca­bel­lo neg­ro, que pron­to se con­ver­ti­ría en mi es­po­sa. Co­mo si pu­di­era oír­me pen­sar en su nomb­re, me em­pu­ja el bra­zo, sus uñas se hun­den en la car­ne mi­ent­ras luc­ha por ale­j­ar­se de mí.

   

    Oh, Camila, no hay for­ma de es­ca­par aho­ra.

    Soltándola por una frac­ci­ón de se­gun­dos, la agar­ro por la cin­tu­ra y la le­van­to, ar­ro­j­án­do­la sob­re mi homb­ro con fa­ci­li­dad. El ca­mi­són que lle­va pu­es­to se ele­va con el mo­vi­mi­en­to, dán­do­me una vis­ta la­te­ral de su cu­lo per­fec­ta­men­te for­ma­do y un vis­ta­zo a sus bra­gas de sa­tén que es­con­den su co­ño vir­gen. Eso tam­bi­én se­rá mío pron­to.

    Markus, mi se­gun­do al man­do y lo más cer­ca­no que ten­go a un ami­go, ca­mi­na de­lan­te de mí mi­ent­ras Luc­ca, uno de mis me­j­ores y más bru­ta­les ej­ecu­to­res, me cub­re las es­pal­das. No po­de­mos de­j­ar de ser de­ma­si­ado cu­ida­do­sos en es­te lu­gar. Aca­bo de ro­bar a la hi­ja de Cabello, des­pu­és de to­do. Y un cont­ra­to no im­por­ta­rá si es­toy mu­er­ta.

    La lle­vo has­ta el coc­he mi­ent­ras se pa­sa to­do el ti­em­po gol­pe­an­do con sus pe­qu­eños pu­ños cont­ra mi es­pal­da. El­la no cre­erá que ten­ga una opor­tu­ni­dad de es­ca­par de mí, ¿ver­dad?

    Cuando lle­ga­mos al ele­gan­te Suv neg­ro, Mar­cus ab­re la pu­er­ta. Dán­do­se la vu­el­ta, sus oj­os se po­san sob­re Camila, que si­gue luc­han­do co­mo un ga­to en mi homb­ro, sus me­j­il­las del cu­lo mo­vi­én­do­se jun­to a mi rost­ro. La ra­bia lle­na mis ve­nas, y ol­vi­do por un mo­men­to que Mar­kus es mi ali­ado.

    —Mírala de nu­evo, y te ar­ran­ca­ré los mal­di­tos oj­os.

    La ma­yo­ría de los homb­res se aco­bar­dan cu­an­do ha­go una ame­na­za así por­que to­dos sa­ben que cu­an­do ha­go una ame­na­za, no es só­lo una ame­na­za, es una pro­me­sa. Mar­kus no es co­mo la ma­yo­ría de los homb­res, sin em­bar­go, asi­mi­la mis pa­lab­ras y me ha­ce un res­pe­tu­oso asen­ti­mi­en­to. Si no lo co­no­ci­era me­j­or, pod­ría jurar que sus la­bi­os se tor­ci­eron en una son­ri­sa.

Inicios Salvajes  {Camren GP}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora