Soy sincero cuando digo que: no recuerdo su nombre ni nada concreto de ella. Me martirizo al pensar que existe y no sé donde. Fue una locura en la ebriedad y ahora no la recuerdo como me gustaría. La siento presente en mi ser, ha dejado sus huellas en mi alma y duele saber que no la recuerdo. Creo que su melena era trigueña, o rubia, o cobriza ¡No lo sé! Sin embargo, recuerdo su textura de seda en mis dedos. He conocido a muchas, pero ninguna con su gracia. Aún la imagino escapar de donde fuera que estuviésemos; para mí era el paraíso.
Cierro los ojos bien fuerte, intentando visualizar su piel aporcelanada o escuchar su risa. Ahora comienzo a evocar su aspecto y comprendo que no era hermosa como las demás que he conocido pero, en efecto, ella fue mi favorita. Sí, es cierto que no cumplía con parámetros de belleza, pero mi decadente estado me dotó de sentidos más eficaces que la visión y de esa forma, caí en sus encantos. Después de esa noche no he vuelto a embriagarme, porque temo encontrar a alguien más bella y sin querer, traicionar al espejismo en que se ha convertido. No puedo concebir que haya sido una simple ilusión. No miento cuando grito a todos los vientos que ella existe. Se ha quedado en mi piel cual pirograbado en la madera y la pienso a toda hora. Todo por enamorarme con los ojos ebrios.
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Escritos desesperados
RastgeleRelatos cortos, hechos para personas que buscan una síntesis de emociones y acontecimientos.