Todos los días me sentaba en el mismo lugar para verlo pasar, aunque nunca me dirigiera ni una mirada. Cada vez usaba ropa más exagerada para captar su atención. Sin embargo, no funcionó, el chico mi existencia ignoraba. Un día probé saludarlo con una sonrisa, pero tampoco surtió efecto. Estaba llena de ira, cansada de su desprecio. Cuando una bonita mañana le lancé un pañuelo, voló y voló, y nunca detuvo su vuelo. Aún colérica tomé una piedra y la arrojé hacia su encuentro, pero la falta de experiencia, hizo fracasar mi intento.
Al otro día, supe que tendría suerte, pues tan distraído iba que no sospecharía su muerte. Tomé en mis manos el revólver y apunté con decisión a ese lugar al que no había podido llegar. Una sola bala le atravesó el corazón y me despedí para siempre de mi gran amor.
Juré que jamás volvería a mirar a otro chico desde el tercer piso de aquel edificio, desde la ventana de mi habitación.
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Escritos desesperados
RastgeleRelatos cortos, hechos para personas que buscan una síntesis de emociones y acontecimientos.