Se alza el sol por la mañana
las alturas, se tiñen de acuarelas,
la oscuridad ha dejado la Alhama
mil nubes ocultan las estrellas,
y mi amada, yace en su lecho, desconsolada.Las callejuelas de la villa
fueron testigos de nuestra pasión,
el pozo de las pinchantes rosas
el monumento a nuestras tragedias,
qué al fin prematuro de mis días,
aflicción dieron a mi abandonada.Llorad, oh, mí dulce Raquel,
derramadad vuestra alma,
que vuestro dolor, vuestro llanto,
habrán de acortar mi pena.Vuestras lágrimas amarguen las aguas
que dulces, reflejaron nuestra alegría,
llorando, os espero en mi cielo,
junto al pozo de nuestra condena.__
Cuenta la leyenda que los habitantes de aquella ciudad, tomaban agua del pozo para beber, cocinar, y fregar sus casas, hasta que sus aguas se volvieron amargas, a causa de las lágrimas que en él derramó Raquel, la bella joven sefardita, hija de Leví, uno de los rabinos más reconocidos de la grandiosa Toledo.
Don Fernando, un caballero cristiano, único amor de Raquel, le visitaba por las noches, al abrigo de la oscuridad, con la luna y el pozo, como únicos testigos de su amor, de sus tiernas caricias, de sus dulces besos. Pero su amor estaba prohibido.
Un noche, Leví, al descubrir el amorío de su hija predilecta con un gentil, con justa ira decidió actuar en consecuencia. Asesinó a don Fernando, enterrando un puñal en su espalda, que le traspasó el corazón, tendido quedó aferrándose a sus rodillas, junto al pozo de su condena. Ni de su amada le fue permitido despedirse, pues Leví arrebató a Raquel de entre sus brazos, para encerrarla en el palacio de sus antepasados.
Raquel jamás se recuperó de aquella tragedia que protagonizó, y por eso, cada noche se escapaba al jardín de la Alhama (barrio exclusivamente judío de la época), y acudía al pozo, dónde apoyada en el brocal, derramaba amargas lágrimas en sus aguas.
Luego de varios años de penar en vida, en una de sus tantas noches de delirios, se dice que creyó ver el reflejo de su amado en las aguas, al fondo del pozo, y en su llanto, se arrojó a él.
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Delirios de un Difunto Corazón
Poetry¿Y qué queda para nosotros, tristes héroes sin epopeya, que aún en éste siglo maldito, tenemos la osadía, de elegir amar sin medida? Corazones rotos, lágrimas muertas, vacío, soledad... ¿pero, no es de difuntos corazones que manan las más hermosas l...