Spes mea, Salve.

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Salve, príncipe de mi esperanza,
portador de la luz eterna
en los oscuros desvelos del alma.

Salve, guerrero de mi añoranza,
señor de perennes senderos,
del cielo, caído en desgracia.

Salve, amor del espíritu que marcha,
buscando en tinieblas la fuerza,
de avanzar en suplicio a tu espera.

Salve, divino misterio en la sombra,
enviado a praderas de calma,
saboreando la escoria que aguarda.

Salve, valor de ensalzar en la vida,
la vileza durmiente, cuál arma;
de morir ante el mundo sin salvas.

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Esperanza mía, Salve.
Cuentan el mito que Prometeo hurtó el fuego sagrado del Olimpo, del dominio de los dioses, y lo entregó a la raza humana, dando lugar a una revolución que traería conocimiento y desarrollo, para aquellos hombres y mujeres que tuvieran el atrevimiento de empuñar su antorcha, de conquistar las llamas, alcanzaran su libertad e independencia del yugo divino. Dedicado a mí Prometeo personal.

Delirios de un Difunto CorazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora