En la universidad principal de Nuevasierra, se hallaba Marc Genovesse esperando que su pequeño renacuajo saliera de sus clases de diseño de modas. Se despidió de varios de sus compañeros de clases y decidió hacer la espera en otro lugar más visible, así que se reposó en una de las altas columnas del campus universitario. Mientras tanto, le dejó un mensaje de texto de sobre aviso a su hermana y, al contemplar su apodo, dejó escapar una suave risa. De inmediato, se teletransportó al pasado, recordando cómo Irene parecía un renacuajo; le encantaba saltar sobre su cama para fastidiarle su sueño. Era una inocente acción que había ido desapareciendo con el tiempo. Sin embargo, a él no le molestaba en lo absoluto, fingía que le fastidiaba aquella travesura, pero en el fondo la realidad era otra.
Inmerso en sus recuerdos de su niñez, Marc se permitió posar su vista sobre el paisaje que desplegaba el jardín del campus. Era sencillo, el verde contrastaba con algunos elementos marmoleados. Sin embargo, en medio de su recogimiento, vislumbró a alguien encapuchado a través de algunas matas exteriores. Cerró los ojos con algo de fuerza y los volvió a abrir, quería asegurarse de que no fuesen imaginaciones suyas. No vio nada después, pensó en ir a asomarse, pero en este entonces, Irene apareció dentro de su campo visual, alegrándole.
—¡Lo siento por el retraso! El profesor Jaime habla más de la cuenta —soltó la mujer mientras se acercaba de manera cariñosa a su hermano.
—¡Ja! Ni lo dudo —agregó el hombre correspondiendo el abrazo de la rubia.
Ambos hermanos se dirigían a la zona de parqueo en busca de su auto, un clásico Mini Cooper rojo. No obstante, Irene se fijó en la persona encapuchada y le pareció haber visto algo familiar. Antes de avanzar, la joven le dio un leve codazo a su hermano para captar su atención; él, entendiendo que era una realidad, le respondió con relajo:
—Hace un rato que está ahí escondido.
—Alcancé a ver parte de su rostro, me resulta conocido —comentó la mujer sin apartar la vista del sitio en donde se asomaba la persona encapuchada.
—Da igual, ¡vamos a casa!
Marc siguió caminando sin percatarse que Irene no le había seguido el paso.
—¡Marc! —el mencionado frenó en seco y se giró a observarla— Iré a ver si necesita algo de ayuda —puntualizó Irene Genovesse.
La mujer de cabellos dorados cumplió con lo dicho y cambió de rumbo. Tomó por sorpresa al encapuchado y pudo advertir que se trataba de otra mujer, cuyos rasgos eran delicados. La desconocida, al verse amenazada, trató de todas las maneras posibles de cubrirse cualquier área descubierta de su piel. Además de su capucha negra, llevaba unos lentes de sol de gran tamaño. Irene contorneó su vista y pudo distinguirla.
—¿No eres una de las chicas que me ayudó en el "casi accidente" frente a la iglesia? —indagó la chica Genovesse.
—¡Rayos! —maldijo la encapuchada, comenzando a hiperventilar más de la cuenta. Se percibía cierta tensión en ella.
—¡Marc! —llamó la rubia, quien tuvo que contener con fuerza a la desconocida en sus brazos, ya que parecía que su cuerpo hubiera dejado de responder de un momento a otro.
Marc acudió a su encuentro y al divisar la situación, tomó a la chica afectada en sus brazos; realmente era una chica de contextura delgada y pequeña. Para evitar llamar la atención, se dirigieron al auto, donde la depositaron cuidadosamente en los asientos traseros. Irene le retiró sus lentes y le brindó un poco de agua de una botella que encontró en el auto sin usar.
—Chicos, siento haberos molestado... —habló finalmente la joven tras componerse.
—¡Para nada! ¿Necesitas ayuda? —preguntó Irene sin dejar a un lado su preocupación. De alguna u otra manera, sentía que debía estar ahí para ella.
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Vino y amor desbordante
Romance⭐️🏆¡Finalista en la lista corta en los premios Wattys!⭐️🏆 | El vino despertó lo más profundo de las entrañas de dos familias de la alta alcurnia española: Los Lombardi y Los Genovesse. Los conflictos abrasadores se hicieron inevitables, pero ¿el a...