Capítulo 6: Fundición

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Al rayar el alba, Guillermo Lombardi se despertó, agitado tras una serie de pesadillas en las que el fuego consumía a Antonia. Cuando aquellas imágenes se reproducían una y otra vez en su subconsciente, optó por buscar consuelo cambiando de posición en la cama, pero ninguna solución. Al no conseguir descansar,  se levantó de la cama y, despojándose de su pijama empapada en sudor, se sumió en una refrescante ducha. Una vestimenta cómoda lo esperaba en su Vestier, preparándose así para recibir su día.

Tan pronto como estuvo listo, tomó el morral que lo acompañaría en el vuelo a LA, salió de su habitación con sigilo para no despertar a nadie a tan tempranas horas. Al llegar al vestíbulo, dejó el morral en un perchero y antes de marcharse al aeropuerto, decidió relajarse con una corta cabalgata; bastaba con rodear los límites del rancho. Y, así aconteció.

La mañana no pintaba tan colorida, un espesor gris emergía ferozmente en los cielos. Los débiles rayos del sol acompañaban al menor de los Lombardi durante el recorrido. En algún punto cercano a los limites,  encontró una zona de lo más de pacífica que de alguna u otra manera aquella lo sedujo de forma natural, así que, sin pensarlo dos veces, descendió de su amigo equino árabe, Beethoven.

—¿Guillermo?

El joven al escuchar este llamado se sobresaltó, no esperaba que su soledad se viese irrumpida, y menos aún a estas horas tan tempranas por aquella área. Al ver que se trataba de un rostro familiar, indagó con una escondida pero grata sorpresa:

—¿Vos, la chica "No sé quién seas"?

La joven dama también cabalgaba. Sus ojos hacía compás con el cielo poco teñido, su cabellera rubia se hallaba algo despeinada, pero eso no fue impedimento para afirmar que era dueña de una belleza angelical. Guillermo pensó que sus mejillas sonrosadas le terminaban de dar un sello cándido.

—Esa misma, pero un poco mejor... —afirmó la rubia mientras descendía con cuidado de una noble yegua.

Después de que la señorita Genovesse ató a su yegua a un árbol frondoso, cerca a Beethoven, se posó al lado de Guillermo. Él soltó una suave risa nerviosa y decidió que la curiosidad sería su arma para ocultar su timidez.

—¿Qué te trae por aquí? —preguntó él.

—Soy tu nueva vecina y resulta que también soy del equipo madrugador —anunció con algo de obviedad la rubia.

—Oh, eres una Genovesse, ahora lo entiendo todo —dijo el joven hombre recordando la rara actitud de Raúl Genovesse cuando se habían conocido en aquel incidente.

La mujer asintió y se presentó:

—Soy Irene.

—Por fin dejaste de ser la mujer "No sé quién seas"

—Había que equilibrar la balanza, ¿no crees? —respondió Irene con una ceja alzada, acompañada de una sonrisa amistosa.

—Quizás...

Cuando esa última palabra penetró en el plácido silencio del entorno natural, ambos se observaron mutuamente. Una dimensión de carácter extrañamente envolvente estaba girando alrededor de ellos. El magnetismo se quedaba corto ante las miradas que se elevaba entre ellos. La mujer se percató de la situación e intentó huirle a esta realidad que parecía loca, así que apeló a la razón. El hombre a quien tenía cerca era casi un desconocido y, por ende, rompió el silencio con un inocente cuestionamiento:

—¿A ti qué te trae por estos lares?

Guillermo Lombardi, tras la ruptura del estado que ambos habían creado involuntariamente, respondió con una sorprendente naturalidad, aunque en su rostro se reflejaba el desasosiego:

Vino y amor desbordanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora