Los finales asustan, pero los comienzos provocan una sensación muy similar a los efectos que suceden después de una gran resaca. Las náuseas se estaban apoderando de Emilio Castiblanco, quien se preparaba para sorprender a su prometida en unas cuantas horas. Después de tres años, había decidido buscar un tratamiento que le permitiría recuperar parte de su movilidad. Gracias a los avances médicos alemanes, tuvo la posibilidad de hacerlo y se sumergió secretamente en aquel proceso. Un proceso que implicó dolor y sacrificio; las nauseas eran parte del atravesar este duro camino. Sin embargo, Emilio estaba convencido de que la brillante mirada ambarina de Sofía lo valdría todo, absolutamente todo.
En la intimidad de su habitación, Emilio se encontraba frente a un espejo, contemplando mentalmente el resultado que se vería reflejado en la imagen de un novio de pie, apoyado en unos bastones, mientras esperaba a la mujer de sus sueños para dar el "sí" a una vida compartida. Una sonrisa apareció en su rostro, diluyendo el amargor nauseabundo que lo acechaba. Todo le parecía tan surrealista, especialmente cuando dimensionó que aquel sueño también incluiría a una pequeña uva que pasaría a ser parte del racimo que él estaba dispuesto a formar junto a Sofía. Y ese privilegio le pertenecía a Miguel Castiblanco Lombardi. Una criatura que, poco a poco, había ido adueñándose de sus entrañas.
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Durante la plenitud del día especial, el día de la unión de Sofía Lombardi y Emilio Castiblanco, hubo espacio para otro acontecimiento singular. Bajo el cobijo de la benevolencia del paisaje que ofrecía el rancho Lombardi, un lugar que había sido cómplice de su historia, la historia de su corazón, el mareo se evidenciaba en la indómita Valentina Lombardi, delimitada por el torbellino de emociones intensas que la invadían.
Justo horas antes de asistir a la boda de su hermana mayor como una de sus damas de honor, recibió una noticia inesperada y su reacción no fue para menos: su dedo anular estaba siendo adornado con un hermoso anillo de zafiro. Samuel se había lucido una vez más y la clásica sonrisa de su amado irradiaba una felicidad, sellando la perfección de ese momento.
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Faltaba una hora para estar más cerca del pacto amoroso y la sed se apoderó de Guillermo Lombardi, quien la remedió con un dulce beso de saludo por parte de su amada, Irene Castiblanco, cuando él la recogió en su departamento. Lucía preciosa en su vestido azul, un diseño propio que connotaba el fulgor de su mirada celeste. Había tomado la decisión de fusionar de manera ingeniosa el nombre que su padre, Raúl Genovesse, había seleccionado especialmente para ella cuando la encontró dormitando y malherida en las orillas del Mediterráneo. Además, añadió el apellido Castiblanco, cuya sangre milagrosa corría por sus venas. Así que sí, era una receta única y exclusiva. Para Guillermo, le parecía que así era ella: una receta única y exclusiva, además de espectacular y sin disimulos. No había punto de discusión. Esta idea se aplicaba de manera mutua, pues Irene veía a Guillermo como un chico único y exclusivo, solo para ella.
Tomados de las manos, irían al lugar que arroparía la unión de dos almas, o incluso varias almas que se complementaban sin pretensiones.
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La irritación presente en Christian Lombardi mientras apresuraba a su esposa para evitar llegar tarde al evento que le daría el primer honor de acompañar a su preciosa Sofía en el camino hacia el altar, donde la entregaría al hombre que había ganado épicamente su corazón. A pesar de su sorpresa inicial al enterarse de su relación en sus inicios, tanto él como su buen amigo Héctor no albergaban quejas en absoluto sobre los planes del destino amoroso.
La irritación fue disipándose cuando en la sala emergieron su hija Sofía con Lauren, ambas increíbles, emanando de sobremanera el atractivo innegable de los Lombardi. Y así, Christian las apuró para embarcarse en el coche para ir camino a la solemnidad de un momento clave de sus vidas.
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La tarde se ensalzaba con señoreo sobre la capilla, el lugar donde se celebraría la boda. Héctor Castiblanco admiraba la puesta en el umbral del portón, intentaba en vano borrar el sudor de la frente con un pañuelo, una clara señal de su nerviosismo. Se hallaba a la espera de su hija, Irene; a pesar de los años transcurridos desde que se enteró de su bella existencia, aún conseguía ponerlo nervioso. Aquellos ojos azulados eran el espejo de los de su difunta esposa, quien también generaba el mismo efecto en él cuando estuvieron juntos. Se dijo a si mismo que estaba enamorado de la vida y de las segundas oportunidades.
Y cuando por fin la vio acercarse de la mano de Guillermo en las afueras de la capilla, lo rectificó aún más. Antes de encontrarse, intercambiaron una sonrisa, un regalo mutuo al cielo. Un regalo que acogería el alma de Ellie de Castiblanco, quien siempre fue parte de su milagro.
De repente, una melodía comenzó a cobrar fuerza y sentido en aquel lugar, anunciando el inicio de un todo. Antonia y Valentina ingresaron a la capilla acompañando la música con las más brillantes de sus sonrisas. Finalmente, llegó el instante en que las visiones de Emilio se hicieron realidad. Allí estaba Sofía Lombardi, camino a encontrarse con él; su miraba brillaba sin reparos en medio de la humedad anidada en sus ojos. Emilio le correspondió con la misma emoción, reafirmándole una vez más que un Castiblanco no podía estar exento de un milagro como aquel. Sofía dejó ir un suspiro lleno de amor cuando estuvo frente a su amado, ambos de pie ante Dios y junto a sus familias.
Una sensación de júbilo se apoderó del ambiente, robando vivas muestras de admiración de los testigos.
Pronto, esas ocasiones especiales se convirtieron en unas memorias imborrables.
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Hay memorias que se embotellan y se almacenan en la bodegas de nuestras vida, y para algunos, incluso existe tal posibilidad de descorcharlos y de compartirlas con el mundo exterior. Esa posibilidad llegó para una persona quien había estado sumida en un sueño durante tantos años, y ahora contaba con la bendición de exhibirlas al mundo.
—Alma gemela —pronunció aquel joven, abriendo sus ojos y revelando la pureza hecha chocolate.
Justamente unos días atrás, su padre, Raúl, le había leído un libro que trataba de las almas gemelas, y ahí estaba la suya, tomando su mano. Antonia Lombardi, su amiga, confidente y su recién descubierta prima, era en definitiva su alma gemela, y esa conexión no necesariamente tenía que tener el toque romántico.
Ciertamente, hay personas, hechos y sentimientos que deben ser como el buen vino; añejos, pero inolvidables. Incluso, exquisitos.
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Vino y amor desbordante
Roman d'amour⭐️🏆¡Finalista en la lista corta en los premios Wattys!⭐️🏆 | El vino despertó lo más profundo de las entrañas de dos familias de la alta alcurnia española: Los Lombardi y Los Genovesse. Los conflictos abrasadores se hicieron inevitables, pero ¿el a...