Capítulo 14: Un milagro, sabor dulce

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Tras demostrarse una vez más la despreciable ausencia de Fiona de Genovesse, Raúl no tuvo más remedio que dirigir sus pasos hacia la pequeña habitación donde se encontraba su pequeña dama, quien dormitaba. El doctor Castiblanco había dado la autorización para hacer posible este encuentro. Al ingresar, sentir la cándida presencia de Irene resultó una tortura para Raúl. Se acercó a ella y pasaron eternos segundos antes de que se atreviera a tomar sus manos. Una vez que lo hizo, sintió la necesidad de asegurarse de que al menos esta otra parte de su vida estuviera bien. Se dejó caer en llanto al percibir su calor corporal.

—Perdón... —susurró el hombre con voz quebrada.

La humedad producida por unas sentidas lágrimas paternales arropó algunas zonas de los brazos de la joven de cabellos dorados. Ella dio paso a una respuesta suave, abriendo por completo sus ojos y anunciando su lucidez.

—Papá.

El señor Genovesse, al ver la celestial mirada de su hija, se incorporó para abrazarla cuidadosamente. Necesitaba de ella más que nunca y le hizo saber cuán miserable se sentía por no haber estado allí para protegerla. La mujer, un poco ensimismada, simplemente optó por corresponderle en tanto se lo permitieran sus débiles brazos. Sabía que algo le había pasado a su hermano, era algo sumamente extraño, pero sintió un verdadero lazo de comunicación con Marc en el momento preciso de su desvanecimiento.

—Marc estará bien —sentenció Irene.

Su padre levantó el rostro a la altura de ella y con una simple mirada sorpresiva le cuestionó.

—Confía en mí, lo sé —aseguró la rubia con una sonrisa que tuvo la gran capacidad de encender un poco el alma de Raúl.

Padre e hija se sumieron en una profunda conversación con respecto a Marc. La rubia tenía la absoluta certeza de que su padre estaba postergando la visita a su hijo en el área de cuidados intensivos. Tardó aproximadamente un par de horas en convencerlo para que accediera a hacerlo. Estaba convencida de que, pese a que su hermano se hallaba en estado de inconsciencia, podría alegrarse al percibir algún ápice de la presencia de sus seres amados.

°°°

Entretanto, Sofía Lombardi, quien finalmente había dado con el paradero de su amante en el pasillo cerca de los laboratorios, se extrañó al ver la mirada extraviada de Emilio frente al ventanal que se abría paso a lo largo y ancho del pasillo hospitalario.

—Mi gruñón, ¿estás bien? —inquirió cariñosamente la mujer abrazándole por los hombros.

Emilio, al sentir aquel contacto y aquella voz con la asombrosa capacidad de musicalizar su momento, cerró sus ojos y besó los brazos de su amada. Después de unos instantes, soltó una suave exhalación.

—Creo que está a punto de suceder algo —dijo el hombre con una expresión llena de paz.

La mujer se impresionó ante tal semblante. No quiso cuestionar más, ya la vida se encargaría de hacerle saber de la respuesta. Sencillamente, le sonrió y tomó los manillares de la silla de ruedas en busca de la salida. Su misión allí había llegado a su fin y era momento de ir a descansar, pero no sin antes pasar a despedirse de Antonia y Guillermo.

°°°

Por otro lado, Lauren de Lombardi consideró apropiado ir en busca de ropas limpias para su marido, su hijo y su vecino. También pensó en regresar con algo de comida casera para sus queridos mellizos. Sabía que no iba a ganar nada insistiendo en que fuesen a casa, pues era plenamente consciente de que no lo harán hasta haber visto a las personas que los mantenían atados allí. Como madre, se encargaría de traerles un pedacito de su hogar. Se despidió de su esposo, quien acompañaría a sus hijos menores. Valentina decidió ir con su madre, y Samuel se ofreció a llevarlas a casa.

Vino y amor desbordanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora