Capítulo 9: Oportunidades

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Luego de tantas agitaciones y una que otra corriente en el océano de la vida de los Lombardi, una semana había transcurrido. Christian Lombardi era incapaz de dirigirle la mirada a su pequeña hija, pues la vergüenza le colmaba por completo. Su auténtico escondite era sumirse de lleno en el concurso vinícola, buscando que Morado continuase siendo el primer lugar de la lista y del paladar de los jurados, especialmente del afamado León Fabrizzio. 

En tanto, Lauren se encargaba de mantener la casa en orden con la ayuda de Antonia y de vez en cuando no desaprovechaba la oportunidad para consentirla aún más. Guillermo, por su parte, aplicaba sus conocimientos en mercadeo para implementar estrategias en el negocio familiar, aunque antes debía pasar por la aprobación de Sofía. Esta última, había rechazado multitudes de salidas con sus amigas y las citas insistentes por de Damián Castellanos. 

Por otro lado, la única Lombardi que no estaba tan inmersa en el mundo del vino, se refugió cada vez aún más en sus prácticas para el campeonato nacional de equitación que se llevaría a cabo en unos meses. A pesar de su autosuficiencia, aceptó algunos consejos y trucos impartidos por su colega Samuel De la Fuente. De alguna manera, estaban congeniando más de lo que quisieran admitir. Ya no eran solo compañeros de luna y estrellas, sino también de atardeceres formidables, donde la naturaleza parecía estar de su lado.

El viernes llegó y Antonia Lombardi se hallaba presa del aburrimiento y abrumada de los oficios caseros y vinícolas. Quiso salir a cabalgar durante la tarde, su intención era hacerlo con Guillermo, pero no lo encontró en la casa. Sin más, tomó una gorra beisbolista y salió en busca de su amada yegua: La señorita Monroe, un regalo de su padre por su cumpleaños número diez.

La cabalgata resultó ser apaciblemente solitario. Antonia se dio el lujo de observar el atardecer que se hallaba coloreado sobre los lindes y en medio del galope, escuchó a alguien cantando. Una melodía que se entrelazaba con el suave viento que rozaba a algunos árboles. Llena de curiosidad, se dejó guiar por el delicioso sonido hasta encontrarse con Marc Genovesse.

—¿Antonia? —soltó el joven un tanto sorprendido al verla acercarse.

—Te pillé siendo dueño de una hermosa voz —dijo la castaña al descender de su yegua.

—Y creo que te pillé con mi gorra de los Yankees —agregó Marc, cruzándose de brazos.

—¡Punto para ti! Pero como no soy ninguna ladrona, aquí tienes tu gorra de vuelta —anunció la joven, desajustándose la prenda entregársela a su vecino.

Los jóvenes, tomando cada uno a su respectivo caballo, consintieron conocerse de maneras profundas y sensibles. En medio de sus experiencias, entrelazaron el paso inicial para una amistad muy compatible. Sus corazones alegres los unían, y su sentido de humor era todo un verdadero complemento. La travesía por los lindes fue cautivador gracias a sus conversaciones genuinas que concluyó con un cielo a punto de oscurecer.

—¡Chico Genovesse! —llamó Antonia cuando se montó en su yegua— Eres una grata sorpresa.

—Vos también, chica Lombardi —respondió Marc mientras le entregaba su gorra—. Un recuerdillo de tu nuevo amigo, el escritor empedernido.

Antonia emitió una suave risa como punto final, y en ese momento, Marc Genovesse tomó las riendas de su caballo, acto que la castaña imitó. Se marcharon en direcciones diferentes, pero con sonrisas iguales.

Entretanto, en el hogar Genovesse, Rodrigo Santillana volvió a tener un cálido recibimiento por parte de la Señora de Genovesse. En esta ocasión, él aprovechó para poder pedirle a Fiona la posibilidad de llenar a su hija Irene de elegantes invitaciones y uno que otro detalle. Acto que maravilló a la mujer, quien lo veía como un gran partido, pero solo desde una mirada avariciosa.

Vino y amor desbordanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora