Capítulo 13: Trago amargo

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Dos cuerpos malheridos emergieron a través de la boca de entre dos inmensos árboles, quedando al descubierto ante la intensa luz del sol y ante ojos expectantes de curiosos. Uno era abucheado y otro era lamentado. Uno iba con los ojos bien abiertos, siendo cofre de la más completa suciedad, mientras el otro yacía con los ojos cerrados, siendo dueño de un rostro que emanaba pureza. Ambos compartían el mismo destino: un hospital. Pero, la diferencia totalmente indiscutible. Uno iría con cadenas de esposas, mientras que él otro era preso de su inconsciencia.

Irene Genovesse también compartía el mismo destino de estás dos personas que habían marcado abismalmente su vida. Uno de ellos, desde la benevolencia como hermano, y el otro, desde la malicia como perpetrador. Ella había decidido ir hacia su destino con el mentón en alto, lágrimas al acecho y de pie. Así iba a permanecer para su hermano, su guardián de vida, y no iba a permitir que las heridas infligidas por un ser inescrupuloso le evitasen el hecho de tomar su mano, como él siempre lo había hecho con ella. Y, así sucedió. Ella se volvió su guardiana en la ambulancia camino al hospital. Sin embargo, no estaban solos.

Detrás de la ambulancia, una caravana los seguía. El primer automóvil era comandado por Samuel De la Fuente. En él, Valentina Lombardi consolaba a su afligida pequeña hermana Antonia, quien sostenía con fuerza las gafas resquebrajadas de Marc. La señora Lombardi permanecía en silencio en el asiento de copiloto, intentando descifrar o al menos imaginar todo lo que había sucedido en lo más interno del monte. Solo Dios sabía lo qué pasaba por la mente de su dulce niña, y no pudo evitar que sus ojos se humedecieran al escuchar los llantos incontrolables de la castaña, clamando por el bienestar de Marc Genovesse. 

Detrás de ellos, el auto todoterreno de Christian Lombardi los seguía, en compañía de Guillermo, Sofía y Emilio Castiblanco, todos sobreabundados del más completo estrés. Y por si fuera poco, Raúl Genovesse se hallaba junto a Christian, con la mirada perdida. Solo la mancha de sangre era la imagen repetitiva que reposaba en el escenario de su frágil mente. Más atrás de este vehículo, más autos se conformaron en la caravana. Entre ellos estaban el auto del alcalde y el de las amistades de ambas familias involucradas.

Al llegar al hospital, se desataron todo tipo de emociones. Irene no resistió al ser separada de su hermano, quien había ingresado en el área del quirófano. En ese preciso instante, Emilio, presintiendo lo que estaba por venir, avanzó en su silla de ruedas y la tomó, envolviéndola en sus brazos. Mientras estaba en su regazo, la rubia perdió el conocimiento, pero antes de hacerlo su mirada se encontró con los aterrados ojos grisáceos de Emilio. Allí, el Doctor Castiblanco pidió ayuda con la mirada al menor de los Lombardi, quien sin dudarlo la cargó en sus brazos y la llevó hacia una de las habitaciones de observación, en donde Emilio se apuró en examinarla y atenderla como se debía, ordenando con desesperación a las enfermeras que dispusieran de los insumos necesarias. 

Guillermo quiso permanecer allí, pero una de las enfermeras le pidió que saliera del área para evitar problemas. Con un nudo en la garganta, le echó una última mirada a su rubia favorita. No podía creer lo fuerte que era. Al salir de aquella habitación, se encontró con su melliza, quien verdaderamente se sentía destrozada. La angustia los embargaba por completo, y sin pensarlo, ambos decidieron encontrarse en un necesitado abrazo.

Valentina y Sofía Lombardi se tomaban de las manos fuertemente, intentando conservar la calma, aunque era sumamente difícil, considerando que sus amados mellizos estaban rotos al ver que la vida de sus personas predilectas pendían de un hilo. Christian se hallaba junto a su esposa y ambos como padres sentían la angustia al ser testigos de tal escena. No obstante, el señor Lombardi, al notar a Raúl sentado en un rincón solitario, inclinado y con las manos ocultando su rostro; no pudo evitar pensar en su madre. Movido por ello, se levantó de su asiento y se dirigió hacia él.

Vino y amor desbordanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora