Irene había congeniado de manera grácil con los mellizos, poseían el mismo tipo de alegría contagiosa. Las anécdotas que se contaban entre ellos en el auto durante el trayecto de regreso a sus casas fluían de una manera espontánea, siendo un pequeño escape de las realidades que les esperaba en sus hogares. Irene percibió que su nueva amiga empezaba a poner ansiosa, por lo que ralentizó el paso y tomó algunos desvíos innecesarios para que se tomara su tiempo de calibrar sus emociones. Cuando estuvieron a punto de llegar, la rubia recordó que Marc había dejado unas barras de chocolate en la guantera, agradeció mentalmente el hecho de que su hermano fuese un auténtico amante del chocolate y creyente en su poder curativo. Sin pensárselo mucho, las tomó para luego brindarle uno a Antonia y otra a Guillermo, su copiloto.
—Nunca viene mal —dijo la mujer sin apartar la vista del camino.
Guillermo Lombardi solo sonrió, conmovido, había dimensionado todo lo que Irene había hecho por su melliza. En su interior, se aseguró de saber que ella era aún mucho más preciosa.
Al fin y al cabo, por más retrasos intencionales que se quisiera hacer, la realidad no daba espera. Los mellizos descendieron del auto de los hermanos Genovesse, no sin antes brindarle un par de agradecimientos a la rubia, quien restó importancia al gesto y, con inmediatez, aplicó el rever y se alejó del lugar para no ser vista en aquella zona. Recorrió el tramo faltante para llegar al terreno que le correspondía. Deseaba llegar rápido para informarle, al menos parcialmente, a su hermano Marc sobre la situación con los mellizos Lombardi.
Cuando el auto rojo desapareció del panorama de los mellizos, Guillermo ingresó al hogar, cerciorándose de quién estuviese rondando por allí. Encontró a su madre, Lauren, quien quedó perpleja al verlo, pero aún más cuando se fijó de que Antonia estaba detrás de él, con los hombros encogidos.
—¡Hija! —gritó la matriarca, extendiendo ambas manos hacia su propio pecho.
La señora Lombardi ignoró a Guillermo en ese instante, solo quería abrazar a su pequeña y asegurarse de estuviera bien. Tenía un presentimiento de que no lo estaba, pero ya habría tiempo para conocer sus razones. Solo le bastaba con saber que estaba sana y salva en sus brazos. En medio del recibimiento de Lauren, se escuchó un estruendo. Christian Lombardi había salido de la biblioteca, tirando la puerta de forma violenta.
—¿Dónde estabas? ¿Dónde está tu futuro marido? —cuestionó con bravura.
—Papá... —la castaña creía haber estado preparada para estar allí en esta posición, pero se sintió cohibida y diminuta delante de imponente figura de su padre. Sus nervios traicionaron la seguridad con la que pensaba responder.
Guillermo tomó el relevo de la situación y habló con firmeza:
—Ella va a contar lo ocurrido, pero luego, déjenle su espacio. No la ha pasado bien.
—¡Ja! Ni más faltaba —espetó el señor Christian, reprochando la condescendencia de Guillermo y Lauren.
—Papá, te prometo que luego les pondré al corriente —respondió Antonia, sacando un poco de fuerzas para intervenir. Sus ojos estaban humedecidos. Verdaderamente, no contemplaba que su padre dudara de ella.
Christian Lombardi solo la escaneó con sus poderosos ojos y volvió a ingresar a la biblioteca. Los libros de enología eran los únicos compañeros a los que estaba atesorando en ese momento.
°°°
Entretanto, Irene Genovesse ya había llegado a su vivienda. Buscó entre el desorden de su bolso las llaves para ingresar, justo cuando más deseaba estar adentro para encontrarse con Marc, más rápido se perdían las llaves. Pasaron unos lentos minutos de pie, hasta que al fin dio con ellas y abrió la puerta.
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Vino y amor desbordante
Romance⭐️🏆¡Finalista en la lista corta en los premios Wattys!⭐️🏆 | El vino despertó lo más profundo de las entrañas de dos familias de la alta alcurnia española: Los Lombardi y Los Genovesse. Los conflictos abrasadores se hicieron inevitables, pero ¿el a...