Darien Shields tenía la vida perfecta, una novia perfecta y por supuesto un futuro brillante, nunca había conocido el concepto de la tristeza; hasta esa fatídica noche en la que por una muy mala jugada del destino pierde a su único y verdadero a...
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Había estado toda la noche dando vueltas, conciliar el sueño se había convertido en una difícil labor y más cuando te sientes tan confundido. ¿Que fue eso? ¿Por qué me era tan familiar? Alcé mi mano hacia el techo, mirándo mi palma y al mismo tiempo recordando lo que había ocurrido en la sala con Usako. Fue sólo un toque, tan sólo la tomé de la mano y ni siquiera pasó un minuto de contacto como para que tuviera esas sensaciones de reconocimiento.
Me levanté de la cama aún a oscuras, caminé hacia el baño y me dí una ducha ligera, para después vestirme con mi ropa deportiva. Iría a trotar un poco; tal vez así pondría mi mente alocada en orden. Así lo hice, empecé con una caminata suave, sintiendo la suave brisa de la madrugada en mi rostro, llenándolo de frescura. Poco a poco fuí acelerando el ritmo de mis pasos y cuando menos lo pensé ya estaba trotando como de costumbre. Y aunque pensé que en verdad funcionaría, no fue así. Pues aun no hallaba respuesta o algún indicio sobre el cual partir. Estaba perdido. Troté hasta lo alto, a las con rumbo a las montañas, el aire húmedo golpeaba mis fosas nasales con cierta fuerza, mientras que se sentía que respirar era cada vez más difícil; entonces recordé que a mayor altura, más rápido escasea el aire por lo que me vi obligado a regresar.
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Era ya la hora del desayuno, más bien estaba a punto de terminar para cuando llegué. Justo en el momento en el que tomé la perilla de la puerta, me encontré con Endymion y con mi sobrina que ya se iba a su escuela. Miré el reloj de mi celular, eran más de las siete. Al igual que en la noche, un incómodo silencio se instaló entre los tres, tragué con dificultad, jamás pensé que algo tan simple como un “hola” o “Buenos días” fuera tan difícil de expresar. —Hola, Darien— la dulce voz de Usako se encargó de esa labor. Dirigí la mirada hacia ella y con un leve asentimiento de cabeza le saludé, y de la manera más cobarde y poco sensata ingresé a la casa, sintiéndome aun peor de cómo me fui.
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