CAPITULO XI: UN ETERNO ASESINO

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Yugoslavia Socialista… Año 1970

Era un día hermoso y cálido en Belgrado, algo extraño para la época ya que se acercaba el invierno.
En una pequeña casa de ladrillos, que podía pasar completamente desapercibida ya que estaba en medio de dos complejos de apartamentos antiguos, vivía una pequeña familia feliz de cuatro integrantes. El padre, un inmigrante inglés llamado Lyon Shadoway, un hombre de 40 años que trabajaba como auxiliar farmacéutico en la droguería más antigua del pueblo desde hace más de seis años, se levantaba junto con su esposa Adir Blazic, ama de casa de unos 28 años de edad. Ambos se conocieron en una presentación de arte en Londres hace ocho años. La chica quedó encantada con unas hermosas pinturas que Lyon expuso en la presentación, su estilo de dibujo era muy delicado pero, aunque parezca incongruente, a la vez era muy agresivo. Este sentimiento inexplicable al ver sus pinturas fue lo que la cautivó; las pinturas de Lyon retrataban una figura humanoide totalmente blanca que daba la impresión de estar viéndote directamente a los ojos. Las líneas que la conformaban eran cursivas y delicadas, pero el fondo de la obra era de colores fuertes y pintados con trazos gruesos y aleatorios. Lyon exponía al menos cinco obras de arte que retrataban la misma figura. Adir llenó de elogios a Lyon y allí fue donde se enamoraron. Luego de una cena y una noche de pasión, Adir tenía que volver a Belgrado, pero Lyon, sin dudarlo, vendió todas sus cosas y se mudó con ella. Tuvieron dos hermosos hijos varones, uno llamado Jorn y otro Milos de 6 y 4 años respectivamente.
Como era costumbre, ambos se dieron un beso antes de levantarse y juntos fueron a despertar a sus hijos. Ellos, enérgicos como siempre, saltaron de la cama y abrazaron a su padre y a su madre con felicidad. Luego, todos bajaron en familia al antiguo comedor a desayunar. Adir era reconocida por su esposo como “La mejor cocinera que haya existido”, reconocimiento que era convalidado por sus hijos, que admitían que sus partes favoritas del día eran el desayuno, el almuerzo y la cena.
Adir preparó un rápido desayuno que consistía en unas tajadas de pan blanco con queso de cabra y, luego de que todos comieron, Lyon subió a vestirse. Cogió del aparador su camisa de botones blanca y sus pantalones café, además de su corbata negra. Se las colocó rápidamente, peinó para atrás su cabello dorado, revisó que efectivamente, desde los 16 años no le salía barba y tomó su sombrero, bajando luego rápidamente por las escaleras.
-Tan guapo como siempre, querido - Adir se acercó a él y volvió a besarlo cariñosamente. - Pareces de mi edad - dijo entre risas.
-¡Es de familia! ¡Los Shadoway envejecemos lentamente! ¡Estoy seguro de que Jorn y Milos serán guapos hasta los 50!- celebró él y corrió hacia sus hijos, abrazándolos con fuerza.
-¡Papá, nos estás aplastando!"- gritó Jorn.
-¡Es afecto paternal!- gritó Milos. Ambos niños eran la viva imagen de su padre.
-¿Estarás todo el día en la farmacia hoy, verdad?- preguntó su esposa.
-Así es, cariño. Baez volvió a enfermar y tengo que cubrir su turno y el mío- lamentó él.
-¡Papá, pero queríamos jugar contigo!- gritó Milos.
-¡Sí, yo también!- gritó Jorn.
-Cuando regrese, les traeré una sorpresa que no olvidarán. ¡Lo prometo!- les dijo su padre y los despidió con un beso en la frente a cada uno. Luego les dio otro beso a Adir y salió de su casa felizmente con su sombrero puesto.
En el camino hacia la farmacia, saludó a varios vecinos con una sonrisa, incluyendo al señor Jossef de la tienda de comestibles de la esquina, con quien llevaba 4 años de amistad, y también saludó a la señora Alessia, que alimentaba a las aves que se posaban en el parque desde hace 20 años, según ella.
La farmacia donde trabajaba quedaba a unas 4 cuadras de su casa, pero al faltar solo una cuadra, dobló en la última esquina hacia la derecha, ignorando su trabajo con una sonrisa. Caminó un rato, sonriéndoles a todas las personas que pasaban a su lado y llegó a un pequeño edificio abandonado, que tenía un pequeño letrero al lado de la puerta que decía "Dr. Joel Varius - Psicólogo".
Lyon entró en el edificio y subió las escaleras alegremente hasta el último piso. Visualizó la puerta del consultorio, que estaba llena de telarañas y polvo, y la tocó. Se escuchó un "pase".
Al entrar, fue recibido por un hombre medianamente gordo que vestía un abrigo verde de cuadros. Lo distinguían unas enormes gafas cuadradas y un sombrero que le cubría la cabeza.
-Hola, Lyon, puntual como siempre- lo saludó el hombre.
-¡Hola, doctor! ¿Cómo está hoy? ¿Cómo está Dorothy? -preguntó Lyon emocionado.
-Excelente, Lyon, excelente. Te manda saludos- respondió el doctor.
-¡Qué mujer! ¿Cuándo me invitarás a comer a tu casa? Si no hubiera conocido a Adir, definitivamente me casaría con ella!- rió a carcajadas.
-Estoy seguro de que ella se casaría contigo, Lyon. Siempre se queja de que no cuido mi físico. Mírate a ti, llevas más de 60 años viniendo a mi consultorio y estás como si nada-
-Tampoco son tantos, Joel!-
- ¿Cómo está tu familia? ¿Adir se encuentra mejor de sus dolores de cabeza? -

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