Capítulo 12 - 2009 - 2014

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ÉL ERA ATRACTIVO PERO yo no me sentía atraída. Entendía por qué lasmujeres habían sido una espina para él. Hacía menos de un año que eracristiana, y los hombres no me llamaban la atención en lo más mínimo. Siera por mí, al menos en ese momento, hubiera querido poder conseguir esotan extraño en las mujeres que las hacía suspirar cuando veían a un hombreque les quitaba el aliento. Cómo buscaban a una amiga y le decían quemiraran el rostro del muchacho. Entonces, le preguntaban: «¿No es súperlindo?». Y esperaban su respuesta en la forma de una sonrisa que no decíanada y que decía «¡Sí, amiga!» al mismo tiempo. Esperaba que algún díapudiera participar de estos momentos comunitarios de atraccióncompartidos entre amigas, pero hasta entonces, tan solo quería conocer aeste poeta de Chicago porque su historia me recordaba a la mía.

Nadie guardaba silencio. La gente se sonaba los dedos. Usaban las manoscomo tambores y llenaban la sala de música. No había ningún pandero a lavista, pero nadie se habría dado cuenta. Mientras los brazos, afirmativos ysalvajes, se agitaban hacia el techo, todos sentían la vida que intentabanexpresar. A veces, había risas. Otras, lágrimas. Aquí, la humanidad tenía unlugar adonde ir. Aquí, la verdad se sentía orgullosa de sí misma. Aquí, eraevidente que no sentía vergüenza. Nos decía a todos quién era y por quépertenecía allí, y nos encantaba

La plataforma era el centro de atención. En general, había un micrófono yun poeta. Estos artistas hacían magia para transformar frases en escenas quea veces salían volando por encima de nuestras cabezas y nos permitíanvislumbrar otro mundo. Los próximos en pasar al micrófono eran dospoetas de Chicago; otro mundo para muchos, incluida yo. Había escuchadohistorias de cómo había más agujeros de bala que casas, y cómo la policíano protegía a nadie más que a los suyos. De alguna manera, habían olvidadomencionar la belleza y cómo ella también vivía en Chicago. Era la razónpor la cual Martin, Ali, Barack y Michelle hablaron del lugar como su hogar en algún momento. Incluso Dios estaba allí. Por supuesto, no tenía unadirección física; ni siquiera tenía dónde recostar la cabeza aquella vez enJerusalén, pero eso no le impidió morar en la gran ciudad sobre el lago.Había llamado a cientos, tal vez miles de personas entre el lago Michigan ylos límites de la ciudad y los había transformado en una casa losuficientemente santa como para que Él habitara allí. De estos cristianos,salieron los dos poetas que subieron al escenario en Los Ángeles.

Yo había ido a presentarme también, pero debía esperar hasta queterminaran de pasar los demás. Mientras la audiencia aplaudía losuficientemente fuerte como para que los poetas se sintieran bienvenidos,uno de ellos captó mi mirada. Se acercó al micrófono con indecisión. Nocon timidez, pero me daba cuenta de que no sabía si su voz combinaría conel color de su piel. Se parecía a café con mucha cafeína... la clase intensaque despierta a toda una habitación. Empezó a hablar y su voz me tomó porsorpresa. No esperaba que fuera tan grave. No pude evitar prestar atención atodo lo que dijo. Estaba recitando un poema sobre su pasado... un pasadolleno de mujeres con las cuales nunca se había casado, algunas que nisiquiera había amado, pero con quienes se había acostado. Sus pecadosperdonados fueron puestos ante nuestra vista, y quedó en claro que estabaorgulloso de la gracia de Dios. Hablaba de su promiscuidad en tiempopasado. No había olvidado nada de lo que hizo, pero quería que supiéramosque Dios recordaba Su misericordia cuando pensaba en él.

Preston se transformó en mi amigo después de enviarme un mensaje porFacebook y pedirme consejo sobre un poema que estaba escribiendo. Yovivía en Los Ángeles. Él estaba en Chicago. Pero hablábamos como sinuestras ciudades estuvieran a pocas calles de distancia. Prácticamentetodas las semanas, nos sentábamos y hablábamos de todo. Desde cómo mipapá me había tratado como una extraña hasta cómo su mamá creía que lacalle terminaría tragándoselo vivo. También me contaba anécdotasgraciosas, como cuando su maestra de cuarto grado se negó a dejarlo ir albaño y lo desafió a ir de otra manera si seguía contestándole. Lo que nosabía, o probablemente no le importaba, era que tenía un muchachitointrépido en la sala. Había visto demasiadas cosas en su vida como paratemerle a una suspensión, así que se bajó los pantalones e hizo susnecesidades frente a toda la clase, dentro del cubo de basura, justo debajodel sacapuntas. Y desde aquella época, no había cambiado demasiado. 

Chica gay, Dios bueno - Jackie Hill PerryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora