Capítulo 11

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Renjun se estaba derrumbando. Jeno observó cómo la fiebre de las endorfinas disminuía, dejando al chico aturdido y apático. —Ven.

Tiró de Renjun para que se pusiera de pie, empujando la puerta de su dormitorio y llevándolo al interior. Renjun no peleó con él cuando lo acomodó en la cama o cuando Jeno trajo un paño tibio y limpió suavemente la evidencia de su escapada en el pasillo de la piel de Renjun. Dejó a Renjun el tiempo suficiente para tomar agua y otras provisiones antes de regresar a la habitación y cerrar la puerta con llave detrás de él. El instinto de autoconservación de Jeno se estaba activando por fin ahora que había profanado a Renjun en medio del pasillo a plena luz del día.

Si tus instintos de autoconservación realmente se estuvieran activando, darías la vuelta y te alejarías ahora mismo, regañó una voz.

Como sea. Más tarde se regañaría a sí mismo por ello. Por ahora, necesitaba cuidar de Renjun, quien se había acurrucado en una bola apretada en el centro del colchón y estaba haciendo todo lo posible para convencer a Jeno de que estaba dormido. Se sentó, apoyándose contra la cabecera antes de maniobrar fácilmente a Renjun, acomodándolo de manera que su espalda estuviera contra el pecho de Jeno, su cabeza descansando contra su hombro. —Bebe esto.

Renjun soltó una risa somnolienta. —Di la verdad. Tienes acciones en esta empresa de agua embotellada ¿No es así?

Jeno sonrió a su pesar. —Sip. No puedo cuidar de mocosos ingratos para siempre ¿Verdad? Ya que estoy tan viejo.

Renjun estiró la cabeza para encontrarse con la mirada de Jeno, y tuvo que recordarse a sí mismo que esto era temporal... que se había terminado. Sin importar lo perfecto que fuera Renjun. Sin importar cuánto quisiera Jeno recomponerlo. Tenía que parar. Sólo podían salirse con la suya durante un tiempo sin que los atraparan, y esa era una caja de Pandora que nunca podría cerrar si se abría. Las consecuencias serían demasiado significantes y de largo alcance.

Cuando Renjun terminó su agua, Jeno le entregó las rodajas de naranja que había robado del cuenco de cristal del mostrador. Una vez más, Renjun dirigió su mirada hacia Jeno, sonriendo. —¿Tienes miedo de que me dé escorbuto?

—Te apuesto cincuenta dólares que no sabes ni siquiera lo que es escorbuto.

Renjun resopló. —Una deficiencia de vitamina C. La mayoría de la gente creía que sólo afectaba a marineros, pero existe desde el siglo trece. El ejército de Napoleón se contagió consumiendo carne de caballo —. Cuando Jeno le parpadeó, él batió sus pestañas. —Historias de la vida real.

—No te voy a pagar cincuenta dólares —Advirtió Jeno.

—¡Ja! Mi padre pagaba casi cincuenta mil dólares al año para que yo fuera a esa escuela privada pretenciosa como la mierda, lo mínimo que podía hacer era prestar atención.

Renjun estaba lleno de sorpresas, o tal vez Jeno acababa de hacer suposiciones basándose en la información limitada que su padre le había proporcionado. Ahora que Jeno entendía por lo que Renjun había pasado mientras crecía, no era difícil ver por qué actuaba de la manera en la que lo hacía. No era una excusa para beber y conducir -tenía suerte de que no hubiera lastimado a nadie más que a sí mismo- pero ponía más claridad al estado mental de Renjun. Lucy le había advertido que Renjun no era estable. Mark había usado la palabra suicida. Las señales de que Jeno debería girarse y correr no sólo estaban ahí, estaban parpadeando en un rojo neón, pero Jeno no podía hacer eso, al menos no profesionalmente. Alguien tenía que vigilar a Renjun.

Jeno dejó caer un beso ausente sobre los rizos de Renjun. —Come, muchacho terco.

Se quedaron en silencio cuando Renjun cedió y se comió las rebanadas de naranja. Una vez que terminó, comenzó a ponerse inquieto, claramente incómodo con el silencio. —Ya estoy bien. Te puedes ir.

✶𝕰 𝖒 𝖇 𝖗 𝖎 𝖆 𝖌 𝖆 𝖉 𝖔 𝖗✶    ||ɴᴏʀᴇɴ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora