Capítulo 5||Una propuesta maldita

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27 de septiembre

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27 de septiembre

—Entonces eres francesa —Gala sonríe con emoción mientras desayunamos en el mismo restaurante.

Debo reconocer que este hotel tiene comida que supera lo agradable. Irónico que anoche estuviera deambulando por la calle y hoy amanezca en un hotel cinco estrellas.

Aunque es muy lujoso, y nunca he venido —por obvias razones—, creo que ya tengo la experiencia más loca de mi vida para contarles a mis futuros hijos —si llego a tenerlos—. De cualquier forma, es penoso que sea ella quien me tenga que invitar apenas conocernos.

Aunque a decir verdad, yo lo único que podría invitarle sería una hamburguesa de un puesto ambulante. O un refresco de un dispensador electrónico.

Asiento como respuesta.

—Nací en París.

—¡La ciudad del amor! —expresa ella con emoción—. Me encanta —solo con verla sé que probablemente ha viajado la mayor parte de su vida. Es obvio que nuestros ingresos son muy diferentes—. ¿Y hace cuánto vives aquí?

—Nos mudamos a los diez años con la abuela y vivimos en Denver hasta dos años después cuando nos mudamos. La abuela obtuvo una oferta de trabajo aquí en Nueva York —le cuento, obviando ciertas cosas.

Ella arrugó un poco el entrecejo.

—¿Y tus padres?

Presiono levemente mis labios porque nunca ha sido fácil hablar de ellos. Aunque a ella tampoco me resulta tan difícil responderle. Quizá porque parece ser una persona amable.

—Fallecieron cuando teníamos diez años.

—Tú y tu hermano se mudaron con su abuela después de eso —dedujo ella—. Lo lamento, fui una metiche.

—No. No te preocupes. Pasó hace muchos años.

—También soy huérfana —confiesa tras beber un poco de agua—. Nunca conocí a mis padres, pero los que tengo son perfectos —me dice—. Supongo que todos tenemos un pasado con épocas difíciles.

—Tienes razón —hasta hace poco tenía un hermano y un departamento, ahora estoy en la calle y no sé dónde carajo se metió mi mellizo.

Ella me sonríe despacio antes de seguir comiendo su ensalada.

—Llegó —expresa ella con la mirada fija en la puerta. Arrugo un poco la frente pensando a quién se refiere.

No es hasta que volteo que diviso la figura de Héctor en un traje impecable y la manera segura y seria de caminar hasta nosotras que caigo en cuenta de que el amigo al que se refería era él.

Mierda. Pensaba que Nueva York era más grande. Ciertamente me he equivocado.

—No te veía hace mucho. Te ves precioso —le dice entre sonrisas antes de saludarse con un beso en cada mejilla. Deduzco que es costumbre suya.

Amargamente DulceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora