Capítulo 1||Un eclipse llamado Luka Gardener

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—¿Qué crees que haces? —pregunto entre dientes con las manos en la cintura

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—¿Qué crees que haces? —pregunto entre dientes con las manos en la cintura.

—Como. ¿Estás ciega? —me mira con una ceja enarcada.

Idiota.

—Claro que veo que estás tragando. Lo que pregunto es qué crees que haces comiendo pan sobre el sofá como si fueras quien limpia —quiero estrangularlo—. En la cocina hay muchos platos como para que las migas las dejes aquí —abro más los ojos como si con ellos pudiera electrocutarlo.

—¿Por qué? ¿Te molesta?

Lo hace a propósito. Quiere sacarme de quicio. Y yo estoy a nada de golpearlo.

Muerdo mis labios porque es un maldito infeliz descarado y aprieto mis manos en puño. Si no fuera por Héctor ya le habría enseñado lo que aprendí en Karate.

—Claro que no. Si yo adoro limpiar tu mugre —hablo con ironía.

—Eso pensé.

Su sonrisa pedante me desespera.

Púdrete, Luka Gardener, pienso.

Ustedes seguramente Se preguntarán quién soy y qué estoy haciendo con el maldito —sí, es que yo amo a mi no jefe— duende en la misma casa.

|Seis días atrás|

25 de septiembre

Me levanto con el sol que se cuela por la ventana entreabierta frente a la hermosa vista de la ciudad y me muevo al ritmo de una música ochentera mientras preparo los waffles con miel que son los favoritos de mi hermano.

Es una mañana magnífica.

Justo cuando termino de colocar todo sobre la pulcra mesa de vidrio, él sale por el pasillo que conduce a su habitación en un reluciente traje azul marino. Se acomoda las mangas del saco antes de tomar asiento sobre una de las sillas y mirar el diario para enterarse de las novedades del país.

Una vida perfecta sin duda.

Para otros...

Casi oigo el crujido de un vidrio hecho añicos con la fragilidad de mis sueños.

Vivimos en un edificio casi en ruinas y aún así el casero sigue subiendo la renta cada fin de mes —un hombre sin moral sin duda—. Por la ventana no entra más que la horrible vista de la pared del edificio vecino que está más sucio que el jarrón que lavé ayer. Lo más elegante que le vi puesto a mi hermano fue un pantalón y una camisa que me gané en un sorteo por el día del padre. Y lo más fino que tenemos para desayunar son las sobras de la cena y un poco de té que compré en rebaja.

Suspiro viendo la mesa antigua que tenemos junto a la reducida cocina, la cual incluso necesita de una tuerca para equilibrarse.

Mi mellizo ni siquiera ha salido de su habitación. El muy flojo no despierta ni cuando suena su alarma. Siempre tengo que hacerlo yo.

Amargamente DulceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora