9 de octubre
Amy
El otoño es de mis estaciones favoritas en New York. El ambiente se siente pacífico y el paisaje entre colores rojizo, amarillo y beige es perfecto para pasear un domingo por la mañana.
Sentada en esta banca en medio de Central Park es que soy más consciente que nunca de que la vida siempre sigue. El mundo no se ha detenido, incluso yo. He seguido trabajando, regañando a Aiden —antes de que desapareciera—, tengo un nuevo trabajo —por mucho que lo odie—, me echaron del lugar donde vivía. Y, sobre todo, sigo viva, aún respiro.
Suelto un suspiro hondo recordando la primera vez que vine aquí junto a la abuela y Aiden. Fue la primera vez que vi un lugar tan enorme y atractivo en mi vida y me generó esa sensación de que todo era posible. Debe ser ese encanto que rodea esta ciudad. Te hace creer que todo puede ser posible.
Incluso ser feliz.
Suelo preguntármelo a menudo desde hace ocho meses.
¿Soy feliz?
Y no encuentro una respuesta. No sé si lo soy o simplemente estoy viviendo en bucle porque no queda otra opción. Mientras Aiden estaba conmigo creía que podía seguir, ahora que él se fue y no sé cuándo volverá sé que solo reprimo el dolor del abandono, pero no sé cómo exteriorizarlo.
La soledad es una mierda.
Un perro se acerca hasta donde me encuentro después de que un niño soltara su correa y me olfatea las piernas antes de apoyarse sobre ellas buscando jugar conmigo. Lo acaricio con cuidado sobre su pelaje mitad blanco en la parte superior y mitad gris hacia la cola.
—Qué lindo eres —le digo aun acariciándolo—. Hola, ¿Cómo te llamas? —me dirijo al niño que se ha acercado hace un par de segundos.
—Hola. Soy Daniel —me sonríe. El hueco entre sus dientes delanteros me recuerda la vez que Aiden se sacó un diente jugando conmigo a las luchas. Fue horrible, lloró como si le hubieran mutilado en vez de que se le hubiera caído un diente de leche.
—Hola, Daniel. Soy Amy —le sonrío de vuelta—. ¿Cuál es su nombre? —miro al cachorro.
—Superman.
—Superman —le rasco el lomo con diversión—. A que se te dan los nombres más cool.
El pequeño suelta una risilla al tiempo que le acaricio una mejilla y un segundo después oye que su madre le llama desde lejos con una canasta de picnic. Se despide de mí y toma la correa de Superman para correr hacia ella y el grupo de personas que los acompañan, supongo que todos son familia.
Qué envidia.
Permanezco sentada por un largo rato, mirando a la gente pasar y reír. Adultos, niños, ancianos y adolescentes. Esto es lo que tiene central park; hace que todos sean más felices.
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Amargamente Dulce
Novela Juvenil«Somos una melodía amargamente dulce» ••••• PROHIBIDA SU COPIA U ADAPTACIÓN💋