Capítulo 9||¡Te prohíbo morirte, maldito!

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5 de octubre

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5 de octubre

—¡Levántate! —giro mi cuerpo sobre el asiento y me inclino hacia adelante para pasar mis piernas por el hueco entre los delanteros hasta quedar de rodillas en el pequeño espacio libre en el asiento junto a él. Lo zarandeo con ambas manos y dejo golpes en su rostro moviendo sus rizos rubios en el proceso, pero nada parece funcionar. Y jamás creí que diría esto, pero de pronto me veo gritando—: ¡Habla, animal!

Maldita sea.

—¡Te prohíbo morirte, maldito!

Esto es una mierda.

Horas atrás...

—Ten —le entrego el baguette que le preparé al duende en medio de una sonrisa que soy incapaz de borrar desde anoche.

El rubio recién bañado me mira con una ceja arqueada al tiempo que se arremanga la camisa a cuadros que lleva sobre la camiseta blanca básica que parece ser su color favorito por lo que he notado pues es el que suele llevar tanto estando en casa como cuando sale.

Cosas que una nota cuando vive con un estúpido que termina manchandolas facilmente con cualquier cosa que tenga en las manos. Es un inútil.

—¿Qué te pasa, Bruja?

—¿A mí?

El nido de ratas ondeado color rubio que mantiene en esa enorme cabeza se mueve a medida que asiente.

—Nada.

Todo. Aun sigo sin creer que mi ídolo haya comido lo que preparé. Mejor que eso, no puedo creer que haya dicho que estaba delicioso. Es más lindo cuando lo miras de cerca. Me pasé toda la noche con el corazón en la boca gracias a la emoción que estuve rodando de un lado a otro durante horas. Y ni siquiera me importa tener ojeras.

Soy una ojerosa feliz.

El duende me mira por un largo segundo y continúa comiendo mientras me muevo hacia la isla de la cocina donde acostumbro desayunar.

No quiero contaminar mi comida con su cara de oler mierda.

El timbre suena cuando acabo de darle un trago a mi té y me bajo del banco como si me hubiese convertido en flash. Corro hasta la puerta y acomodo mi ropa y los mechones sueltos de mi moño atado sobre mi cabeza antes de abrir.

Y no sé qué carajos me pasa. Pero me desinflo como un globo cuando veo que se trata de Héctor.

Qué idiota soy. Es culpa del duende que me lo pega.

—Buen día, Amy —me sonríe el hombre con amabilidad al tiempo que acomoda sus lentes sobre el puente de la nariz.

—Buen día —intento que no se note mi decepción a medida que nos adentramos en la estancia.

—¿Todo bien?

Asiento cuando llegamos adonde se encuentra el cerdo que vive junto a mí.

—Este inmaduro no te ha molestado. ¿Verdad?

Amargamente DulceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora