XV

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No era raro que mis encuentros me hayan dejado más caliente que antes, pues en ninguno había podido completar las cosas, al menos no de la manera en la que me hubiera gustado hacerlo, y por eso tenía la esperanza de que este viaje me presentara a alguien con quien fuera posible.

Matías, Danny, Bruno, Héctor y yo estábamos sentados en la sala de abordar mientras esperábamos a que llegara el avión. Se había atrasado por varias horas y nuestra paciencia se estaba terminando. Ocasionalmente, Vives se aparecía y nos ofrecía comida o nos daba algún anuncio sobre el torneo que iniciaría la noche siguiente. A diferencia de lo que había sucedido con Marcos, Vives no se portaba extraño ni me evitaba, mostrando su madurez y haciéndome odiar más al primero.

—Es hora de abordar. —Vives se apareció con su maleta en mano y nos indicó que nos levantáramos de las sillas.

—Al fin. —Bruno se paró y se acomodó la ropa mientras que los demás tratábamos de distinguir entre las cosas de uno y del otro.

No había sido un viaje muy largo, pero al llegar al hotel, solo quería dormir por días. Todo el equipo hizo la fila en la recepción para que nos dieran una habitación por pareja. Al final solo quedábamos Matías y yo. Podría decirse que las cosas eran normales entre nosotros. Al día siguiente de haberme preguntado sobre mi sexualidad, había actuado como si nada de eso hubiera sucedido. Yo dejé que lo hiciera y le seguí la corriente.

—¿Vienen con el equipo?

Ambos asentimos al mismo tiempo.

—Lo lamentamos mucho, pero no tenemos más habitaciones con dos camas. Solo tenemos con una cama disponible.

Yo estaba demasiado cansado para debatir y tampoco me importaba mucho compartir la cama con mi amigo, lo habíamos hecho miles de veces antes. Lo miré inquisitivamente para hacerle saber que yo no tenía problema y que todo dependía de él.

—No importa. Está bien —afirmó sin mirarme.

Al llegar a la habitación, me quité la playera y los jeans mientras Matías hacía lo mismo. Noté esa perfecta figura por segunda vez y recordé lo que había visto en las regaderas. Una parte de mí sintió deseo, pero estaba demasiado cansado para seguir pensando en eso.

—Mañana me levantaré temprano para ir a correr —dije mientras Matías se lavaba los dientes.

—Solo recuerda que tenemos ese desayuno que Vives nos había dicho.

Lo había olvidado. Un desayuno del equipo para celebrar antes de que iniciara el torneo.

—Cierto. Sí.

En algún punto, me quedé dormido y abrí mis ojos cuando un tenue rayo de luz me golpeó la cara. Miré la hora y era bastante temprano, pero me sentía lo suficientemente descansado y no dudé en levantarme para ejercitar. Matías dormitaba como un oso cuando salí de la habitación. Se sintió bien activarse de esa manera, y el calor solo me hacía desear estar bajo la regadera. Llegué a la habitación y mi amigo no se había movido ni un centímetro. Entré al baño y encendí la regadera. Estaba en un pequeño cubículo de ladrillos de piedra negra con una puerta de cristal. Comencé a enjabonarme para quitarme la suciedad y el olor. Entonces escuché un ruido. Matías había entrado al baño.

—Hey. ¿Cómo dormiste? —pregunté.

Casi no podía verlo porque la pared de ladrillos me tapaba.

—Muy bien, ¿tú?

Lo vi caminar hacia mí y me sorprendí cuando su cuerpo se posó frente a la puerta de cristal, estaba totalmente desnudo. Ante mi extrañeza, abrió la pequeña puerta y entró al cubículo.

—Eh... ¿Matías? ¿Qué haces? Me estoy bañando.

—Lo sé. —Se le veía tranquilo—. ¿No me puedo meter también?

—Bueno, no damos.

En efecto, tendríamos que estar bastante pegados para dar los dos en ese pequeño espacio.

—No tengo problema.

—Matías... —advertí sin ser muy consciente de lo que pasaba.

—Estos últimos días he estado pensando mucho sobre lo que platicamos el otro día... —Me miró a los ojos, los suyos brillaban del color del jade—. Y he llegado a una conclusión.

Lo miré incrédulo. ¿Qué diablos estaba pasando?

—¿Tú... eres gay?

Sonrió con una confianza que nunca le había visto.

—Quiero experimentar... contigo.

—¿Por qué yo? —No me esperaba que Matías fuera el afortunado de este viaje.

—Thomas. ¿Vas a perder tu tiempo haciendo preguntas?

Se acercó más a mí y su cuerpo comenzó a ser salpicado por las gotas que caían de la elegante regadera. Sus manos se acercaron a mi abdomen y lo acariciaron con recelo. Mi cuerpo comenzó a reaccionar y mi erección se hizo notoria en cosa de segundos. Por el tamaño de mi miembro y su cercanía, la punta descansaba sobre su abdomen. Él no parecía incómodo, de hecho, parecía disfrutar con mi incomodidad. Sus manos pasaron de mi abdomen a mi cintura y luego a mi culo. Me exalté y él rió.

—Tranquilo, tranquilo.

Entonces, sus manos pasaron a mis muslos y apretó suavemente mientras se arrodillaba frente a mí. Miró hacia arriba, hacia mis ojos. Y dijo:

—Quiero hacerlo. ¿Puedo?

Las cosas no podían ponerse más extrañas. No se veía como el Matías que conocía, no se parecía al Matías evitativo y avergonzado de los últimos días, ni al confiado y relajado de las últimas semanas. Éste era un Matías rudo, casi grosero. Demasiado libertino. Se sentía como un insulto que él fuera quien estuviera llevando las riendas en una situación como esta. Todo en mí se sentía como cuando Marcos me llevó al muelle, como si fuera un pobre niño sin experiencia. No me gustaba sentirme así, aunque la realidad era que la mayoría del tiempo estaba un poco perdido. Tal vez los hombres veían eso y asumían que podían hacer conmigo lo que quisieran. No. Esta vez no. Esta vez no terminaría en desastre.

Asentí y engulló mi pene completo mientras sus manos obligaban a mis muslos a empujar hacia él, haciendo que entrara en su boca cada centímetro de mí. No pude evitar un gemido profundo y apreté los dientes ante tal inesperado placer. La cabeza de Matías no perdió tiempo y comenzó a hacer movimientos de vaivén que disfruté al máximo. En automático, mis manos buscaron sus cabellos casi inexistentes y luego bajaron a su cuello y mandíbula, obligándolo a levantar la cabeza y mirarme. Sus ojos verdes estaban húmedos y se veían sumisos y hambrientos mientras su boca acariciaba la base de mi pene. Se sacó mi miembro y comenzó a masturbarlo con la saliva que había quedado. De vez en cuando sacaba la lengua para lamerlo.

—Abre la boca —dije mientras mis dedos se posaban en su barbilla y lo obligaban a voltear hacia arriba.

Lo hizo obedientemente y yo escupí en ella. Tal como lo había hecho con Marcos aquella noche en el muelle que parecía tan lejana. Se volvió a meter mi pene en la boca y sus manos comenzaron a acariciar mis bolas colgantes, lo que me arrancó unos cuantos gemidos adicionales.

Lo tomé de los hombros y lo obligué a pararse. Sus mejillas estaban sonrojadas y sus labios, hinchados. Ambos contrastando con sus ojos verde esmeralda. Me fue imposible no besarlo con pasión. La saliva se intercambiaba entre ambos mientras los labios de uno trataban de seguirle el ritmo a los del otro. Entonces lo empujé contra la pared y puse todo mi peso sobre él, tal como había hecho con Vives en las regaderas. Los besos continuaron, cada vez más caóticos, y mis manos se dirigieron a ese culo de escultura griega, donde no dudé en apretar y pellizcar.

—Quiero que me cojas —jadeó entre besos.

Lo miré por un segundo. Su respiración, al igual que la mía, estaba agitada. Su pecho se elevaba y descendía con rapidez y su exhalación era muy notoria mientras estaba quieto, esperando mi respuesta. No tardé en cerrar la regadera y salir del cubículo para agarrar la toalla y secarme de manera muy superficial y rápida. Él hizo lo mismo, pero se vio interrumpido por mis besos salvajes que no lo soltaron hasta llegar a la cama que compartíamos. Era el momento de demostrar que yo no era alguien a quien se podía tomar a la ligera... en ningún sentido.

MORTENSEN: HISTORIAS DE VERSIER VOL. 1 (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora