XXI

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Desperté entre los brazos de Matías mientras él parecía dormir plácidamente en su cama. Su calor me ahogaba e hice lo posible por separarme. Sin hacer ruido, me levanté y me puse los bóxers que estaban tirados en el suelo cerca de mí. Me estiré y sentí el cuerpo doloroso. No me habían tocado tantos golpes la noche anterior, pero no faltó uno que otro bien asestado.

—Es muy temprano para un sábado —reclamó Matías sin abrir los ojos.

Tomó el borde de las sabanas y las levantó para que yo entrara de nuevo y me recostara junto a él. Pude ver un destello de su desnudez al momento de levantar aquello que lo cubría.

—Quiero hacer un poco de ejercicio.

Salí de su habitación justo en el momento en el que Marcos bajaba las escaleras del tercer piso al segundo. Me miró y pareció extrañado, pero justo cuando abrí la boca para saludar, siguió su camino hasta el primer piso. Entré a mi habitación y me vestí con unos shorts holgados y cortos de color negro, y una camiseta de tirantes del mismo color. Me puse una gorra para no tener que peinarme y me dirigí al primer piso.

Marcos estaba sentado en la mesa de la cocina disfrutando de una manzana. Llevaba un pantalón de pijama y no traía playera. Sus pectorales resaltaban más que nunca y no pude evitar preguntarme si había estado yendo más seguido al gimnasio en las últimas semanas.

—Buenos días.

—Buenos días —respondió en un murmuro.

Me serví un vaso de jugo y me dispuse a salir de la cocina cuando su voz me detuvo en seco. ¿Qué quería de mí?

—Thomas.

Me giré sorprendido.

—¿Si?

—Dejaste el refrigerador abierto.

Primero no entendí de qué hablaba, pero después me fijé en la luz que emanaba de la abertura del refrigerador. Caminé con paso pesado hasta el lugar y le di un portazo. Enojado, salí de la casa y comencé a caminar hacia el campo de fútbol donde entrenábamos. ¿De verdad estaba molesto por creer que Marcos por fin me hablaría para arreglar las cosas?

Para cuando llegué al campo, el sol de la mañana amenazaba con provocar unas quemaduras más severas de las que me hubiera gustado, pero hice caso omiso y me puse a trotar alrededor de la cancha. Mi cuerpo entró en calor en cosa de segundos y mi playera comenzó a humedecerse poco a poco. Las gotas corrían por mi frente y mis cabellos se interponían en mi visión. Cerré los ojos y dejé de prestar atención al camino, mi mente divagó entre los sucesos de las últimas semanas y solo podía pensar en Matías. Llevábamos casi un mes cogiendo y él no parecía hartarse. De hecho, cada vez era más confiado con su sexualidad y me lo demostraba en la cama cada que podía. Cedía a cada uno de mis caprichos y obedecía mientras me miraba con ese ojos curiosos, esperando mi siguiente movimiento. Con los días, ese gesto se había vuelto común en él. Fuera del sexo también había cambiado su comportamiento. Me procuraba. Le gustaba estar conmigo y lo demostraba con cada acción y cada palabra. ¿Se estaría enamorando?

Me sentí un estúpido. Yo estaba con Lauren, románticamente, al menos. Y ni siquiera estaba seguro de seguir amándola, pues llevaba días sin hablar con ella y ninguno de los dos parecía tener la urgencia de hacerlo. Tal vez, después de todo, el amor no era para siempre. Tal vez pesaba más el sexo. Tal vez pesaba más la distancia. Tal vez pesaba más la cercanía con otro cuerpo. Pero no podía enamorarme de Matías. Eso nunca funcionaría. Su familia era muy conservadora y él no estaba listo para tener una relación, no era justo para él que yo hiciera un desastre con su vida y luego me regresara a mi país, dejándole nada más que el escándalo. Las cosas no podían tomar ese camino...

—¡Mortensen!

Vives se acercaba a mí con paso veloz moviendo esos muslos que amenazaban con romper sus cortos shorts.

—Entrenador —saludé, bajando mi velocidad.

—Es sábado, ¿qué haces aquí?

—Quería despejar un poco la mente.

Luca ya estaba parado frente a mí, observándome con curiosidad.

—¿Problemas personales? —Se acomodó la gorra roja.

—Si. Preferiría no hablar de eso.

—Ya veo.

—¿Qué hace usted aquí? —pregunté curioso.

—Siempre vengo los sábados por la mañana. Me ayuda a relajarme. —Noté que traía la ropa sudada. Posiblemente había estado corriendo antes de que yo llegara—. Ya me iba, pero no encuentro mis llaves.

Señaló las gradas de metal que se encontraban alejadas del campo.

—Las dejé por ahí, ¿me ayudas?

—De acuerdo.

Ambos caminamos en silencio hasta las gradas y comenzamos a buscar. No había rastro de las malditas llaves y el sol comenzaba a ponerse más agresivo.

El entrenador se quitó la playera sudada, revelando sus fuertes pectorales y su grueso torso, por el cual corrían gotas de sudor. Notó que me le quedé mirando y me sonrió tímidamente. Desvié los ojos y por algún motivo murmuré una disculpa.

—No te preocupes. Después de la última vez, yo también te miro en los entrenamientos —dijo con total naturalidad.

Emití una risa nerviosa y me pregunté si tal vez todo era un truco y no existían tales llaves.

—No existen las llaves, ¿verdad?

—¿A qué te refieres? —preguntó, extrañado.

—Solo quería traerme aquí.

Se rió de mis ocurrencias.

—Si quisiera terminar con lo que iniciamos, te lo diría. No tengo 15 años.

Tenía razón. Las cosas no tenían por qué ser complicadas. Somos adultos. Pensé en Matías y en cómo todo era complejo con él. Su familia, nuestros amigos, mis sentimientos, los suyos. Con Vives no existía eso. Solo existía ese pequeño mundo que creamos cuando tocamos nuestros cuerpos en las regaderas, pero era fácil salir de él para actuar con naturalidad. No se necesitaban llaves.

—¿Quieres continuar con lo de la vez pasada? —preguntó curioso.

—Usted tiene esposo —le solté.

—Nos estamos divorciando, hace mucho que no vivimos juntos. —Ni siquiera se alteró por mi reclamo.

—Sé lo de Bruno.

Un destello en sus ojos me dejó ver la sorpresa, pero solo fue por un microsegundo. Pronto se había recuperado.

—Tu amigo y yo... solo jugamos un poco.

—¿Él piensa lo mismo?

—No sé lo que él piensa porque no hablamos. Solo cogemos de vez en cuando. Nunca ha habido nada romántico y nunca lo habrá. No es lo que estoy buscando.

—Entonces, ¿qué quiere? —pregunté.

—No es sobre lo que quiero, es sobre lo que necesito. —Hizo una pausa y levantó un pie para revelar que acababa de pisar sus llaves. Las recogió y me las enseñó mientras continuaba—. El corazón quiere, el cuerpo necesita.

Pensé en su frase por unos segundos, pero me sacó de mis pensamientos cuando dijo:

—Si quieres continuar con lo de aquel día, te espero en mi casa esta noche. Te enviaré la ubicación por mensaje.

Y caminó hacia el estacionamiento mientras sus llaves repiqueteaban entre sus dedos.

MORTENSEN: HISTORIAS DE VERSIER VOL. 1 (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora