IX

98 5 0
                                    

Los besos ya eran mucho más que solo besos. Ahora incluían una que otra mordida en el labio, y una lucha de lenguas que decía mucho del deseo que sentíamos. Las manos, por su parte, se limitaban tímidamente al torso. Marcos me había sacado la playera negra que ahora reposaba en la arena junto a su chaqueta de mezclilla. Estábamos besándonos semidesnudos en medio de una playa de cruising y, sorpresivamente, no había nadie a nuestro alrededor. Parecíamos ser las únicas dos personas en el planeta.

Con ese pensamiento, llevé mis dedos al botón de sus jeans y no dudé en desabrocharlos para meter mis manos a su intimidad. La tela de los bóxers era delgada y me permitía sentir los detalles de su erección. Era larga, como cabría esperar debido a su complexión. Comencé a acariciarla y sentí sus gemidos ahogarse contra mi propia boca. En algún momento, se separó de mí y echó la cabeza hacia atrás con los ojos cerrados, momento que aproveché para posar mis besos en su pálido y delgado cuello, marcando con mis labios aquello que en ese instante era solo mío. Admiré la manzana de Adán que me provocaba tanto, mientras que mis manos no dejaban de explorar su miembro, el cual ya dejaba unas gotas de líquido preseminal sobre su ropa.

La dinámica cambió justo cuando traté de meter mis manos dentro de la tela de sus bóxers, pues me lo impidió. En vez de eso, dirigió sus largos dedos a mis jeans y no dudó en desabrocharlos como yo había hecho antes. No perdió el tiempo acariciándome sobre la ropa interior. Se encargó de sacar mi miembro erecto y palpitante, y lo tomó con firmeza. Lo jalaba hacia él con rudeza y se entretenía expandiendo las gotas de líquido preseminal por toda la cabeza, haciéndome sentir algo inexplicable que solo podía transmitir con gemidos, los cuales se veían interrumpidos por sus besos.

En algún punto, cometí el error de abrir los ojos y me lo encontré mirándome con un inmenso deseo, pero igual con una curiosidad inocente, como si le interesara ver cómo cambiaban mis gestos mientras me masturbaba. Me sonrió cuando nuestras miradas chocaron y deseé que esos labios estuvieran sobre mi cuello, tal como yo lo había hecho con él. Como si me hubiera leído el pensamiento, pronto me dejaba besos secos y húmedos bajo la mandíbula, con una que otra mordida inocente y juguetona. Luego fue la oreja, donde se detuvo por un instante y susurró:

—Me avisas cuando vayas a terminar.

Se puso a besar mi clavícula, la cual recorría religiosamente, y luego el pectoral. Mi piel se erizó y me recorrió un escalofrío cuando sentí su aliento sobre mi pezón, que basta decir, reflejaba mi excitación. Luego, su lengua hizo lo propio y no pude evitar sostener su cabeza por unos segundos para que no parara de estimular esa parte de mí que nunca había experimentado algo así.

Su recorrido continuó por mi abdomen, donde besó y lamió cada línea y músculo palpable, hasta que por fin se arrodilló frente a mí y los besos de detuvieron. Abrí los ojos y miré hacia abajo. Marcos estaba admirando mi miembro. Jugaba con él, sintiéndolo con las manos. La sola visión de sus dedos alrededor de mi sexo era suficiente para terminar en ese momento, pero me aguanté. Pareció darse cuenta de que lo miraba y me sonrió inocentemente. Yo solo quería que se lo metiera a la boca de golpe y dejara de hacerme sufrir.

No fue difícil para él entender mis deseos, y por supuesto, no me lo daría tan fácil. Siguió masturbándome por un rato más hasta que las ganas fueron imposibles de aguantar, incluso para él. Así que sacó la lengua y comenzó a lamerme. Esos toques mojados me hicieron gemir de forma entrecortada, esperando sentir algo más. No había pasado mucho tiempo cuando una humedad cálida rodeó mi miembro, sorprendiéndome. Volteé hacia abajo y me encontré con Marcos con la boca llena y la nariz pegada a mi pubis. Se esforzaba por meterlo todo y no dejar ni un solo centímetro afuera. La sensación ya era mágica, pero sus dedos acariciando mis testículos la hicieron todavía mejor.

Mis gemidos no desaparecieron ni siquiera cuando habían pasado varios minutos. Mi amante usaba la lengua para estimular la cabeza y se divertía recorriendo el tronco con sus labios, metiendo y sacando mi miembro de su boca. En uno que otro momento, mis manos se enredaban en sus cabellos oscuros y movía las caderas con la necesidad de penetrarlo, lo que me agradecía con gemidos, jadeos y sonidos guturales. La saliva chorreaba de mi miembro en los pocos momentos en los que lo sacaba de su boca para recuperar el aliento, entonces usaba las manos para estimular mi mástil lubricado.

En un momento, ya cuando la calentura dictaba cada una de nuestras acciones, Marcos separó los labios y sacó la lengua, esperando algo de mí. Me incliné hacia abajo y lo besé con pasión, con necesidad. Luego me separé y escupí en su boca. De nuevo, succionó mi sexo con hambre y me obligó a gemir. Sus manos se aferraban a mis caderas y me movían en un vaivén tranquilo. Ocasionalmente, sus uñas se clavaban en mi piel y me dejaban marcas en los muslos y glúteos, los cuales disfrutaba apretando y acariciando.

No sé cuánto tiempo estuvimos así, pero no se sentía suficiente. Ni siquiera cuando sabía que estaba a punto de explotar lo consideré suficiente.

—Ya voy... a terminar... —gemí.

Creí que se quitaría, pero no. Aceleró el ritmo y se encargó de que mi pene estuviera bien encajado en su garganta mientras liberaba mi líquido dentro de él. No pude frenar mis gruñidos y gemidos que se escuchaban como gritos ahogados. Lo sentí tragar y ambos nos quedamos quietos por unos momentos, al menos hasta que recuperamos el aliento. Luego, Marcos se paró y se acomodó la ropa. Recogió su chaqueta del suelo y me pasó mi playera. Me besó una última vez y comenzó a caminar hacia la ciudad, hacia la casa.

MORTENSEN: HISTORIAS DE VERSIER VOL. 1 (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora