06┋❝𝔱𝔥𝔢 𝔴𝔦𝔷𝔞𝔯𝔡 𝔞𝔫𝔡 𝔱𝔥𝔢 𝔪𝔲𝔤𝔤𝔩𝔢❞

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Quizás George se había vuelto adicto a ella sin haberse dado cuenta

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Quizás George se había vuelto adicto a ella sin haberse dado cuenta. Sentía que estaba pasando por un síndrome de abstinencia, y eso le preocupaba muchísimo.

Pero ahora que había llegado a esa conclusión, ya era demasiado tarde para hacer algo al respecto. Ya no podía hacer nada. Él ya había hecho algo de lo cual él se rehusaba a arrepentirse. No iban a salir de su boca las palabras: "me arrepiento de haber alejado a Solace Vane de mi vida" por el simple hecho de que ni siquiera se permitía pensar eso. Para George, todo estaba tremendamente bien en su vida.

¿Lo estaba?

Los días de George se habían vuelto grises.

Literalmente.

La lluvia que había comenzado mientras Solace lloraba, seguía cayendo desde el cielo incluso una semana después. En el octavo día, George esperaba que esta parase, pero para su mala suerte no lo hizo. Siguió.

Mientras George tomaba su té no podía dejar de pensar en Solace. No podía dejar de pensar, tampoco, que no se arrepentía para nada de su decisión. Si estuviera arrepentido, la buscaría y se lo diría en la cara. 

No iba a hacer eso.

Por fin pudo salir de sus pensamientos cuando la puerta principal se abrió, dejando ver a Hermione y a Ron, empapados de pies a cabeza, entrando a la casa. Ambos reían.

—Buenas tardes —dijo George, antes de darle un último sorbo a su té.

—Hola —respondió Hermione sonriendo, utilizando el hechizo de secamiento—. Hace mucho frío afuera, se me congelan los pies.

—A mí igual —informó Ron.

Hermione y Ron caminaron hasta la mesa en donde estaba George y se sentaron. Ambos parecían emocionados por darle una noticia buena.

—Habrá otra manifestación mañana, en el Ministerio de Magia —dijo Hermione, frotando sus manos—. Ron y yo nos estábamos preguntando si querrías ir a acompañarnos.

—No —respondió George cortante, pero conciso.

La sonrisa desapareció en un abrir y cerrar de ojos.

—¿Qué?

—Dije que no.

—Sí, te oí. —Hermione giró su mirada hacia Ron, quien se encogió de hombros.

—¿Entonces hiciste lo que mamá te pidió? —preguntó Ron—. ¿Dejar de verla?

—Son asuntos míos, pero si te mueres por saber, sí. La dejé de ver.

—¿Por qué?

—Porque mamá me dijo que es peligroso.

Ron rio. No porque hubiera dado gracia, sino porque no podía creer sus propias palabras.

𝐋𝐎 𝐐𝐔𝐄 𝐍𝐎𝐒 𝐃𝐈𝐕𝐈𝐃𝐄 【𝐆.𝐖】Donde viven las historias. Descúbrelo ahora