Capítulo 4:

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Ambos caminaron por el amplio parque, el hermoso paisaje ayudaba a distraerse, la naturaleza era sutil y fresca, los colores únicos vivos y el aroma a tierra tranquilizador y llamaba la atención, Senjuro observaba todo con suma atención y curiosidad, como si esta hubiera sido su primera vez en un parque, aunque pensándolo bien el pensamiento no parecía tan descabellado, era un omega de alcurnia, debían ser correctos, tener modales y casi en todos los casos despojados cruelmente de sus infancias por el qué dirán.

Tanjiro se prometió arreglar eso y devolverle un poco de esa alegría.

Los niños comenzaban a salir a jugar, sus padres y hermanos aglomerados en las pequeñas bancas, los vendedores ambulantes dispuestos a vender lo que pudieran por hacer feliz a los niños, risas, burlas por doquier, era una vida simple pero feliz.

Estaban llegando justo al puesto de helados favorito de Tanjiro, el alfa se apresuró unos pasos, como quería tomar la mano de su omega, entrelazar sus brazos, besarlo y que viera lo hermosa que era la vida a través de sus propios ojos.

— ¿Quieres un helado? — pregunto casualmente, quería que todo se viera sin ser forzado, con casualidad y casi monotonía.

Senjuro lo observo con sus ojos grandes y hermosos, susurrando un sí, casi inaudible, ¿Hasta eso le habían quitado? ¿Qué clase de vida había llevado? No importaba ahora que sabían que se pertenecían le daría todo lo que no tuvo.

Tanjiro saludo al vendedor que ya lo conocía, sus hermanos y el eran recurrentes en el parque, era una de sus actividades favoritas.

Senjuro observo el cono con los ojos iluminados, el tan tierno le dio una sutil lamida al congelado postre, lo saboreo como si fuera el más caro y rico dulce del mundo que había probado, Tanjiro rio enternecido.

Se notaba que Senjuro no había comido helado antes, no sabía la manera correcta de saborearlo y de comerlo, permitiendo que se derritiera en sus manos y terminando con todas sus mejillas cubiertas por dulce de chocolate, Tanjiro sonrió al ver como se embarraba la punta de su nariz, era todo lo que podía tolerar, Sejuro era una pequeña cosita adorable y tierna.

Tomando una cervillera del puesto, limpio cariñosamente las mejillas ruborizadas del omega, Senjuro lo observaba como hipnotizado, sus ojos inocentes era una ventana a su alma pura y sin manchar, cerrando el ojo de la mejilla en turno, Tanjiro se permitió el capricho de dejar la punta de la nariz mojada, quería seguir viendo por un rato más lo adorable que se veía su omega.

No hubo muchos incidentes después de eso, permitiéndoles hablar, charlar y conocerse, mientras caminaban por los estrechos caminos del extenso parque, deteniéndose por unos instantes en el lago, era otoño, así que no podrían ver los cerezos florecer hasta el próximo año, pero aun así era hermoso, la manera en la que los árboles se cristalizaban y se materializaban en las cristalinas aguas era única y era mucho más a poder mirar a Senjuro mojar su mano sobre la limpia agua.

Observar a Senjuro mirar todo con tanto anhelo era casi nostálgico, era hasta triste, no fue hasta que descubrió porque el omega observaba todo el paisaje como si quiera memorizarlo, escribirlo, dibujarlo en su memoria, porque lo que deseaba era plasmarlo en papel, amaba dibujar a lápiz y el arte, Tanjiro no sabía mucho sobre arte, pero ahora que sabía que a su omega le apasionaba se daría a la tarea de estudiar un poco la materia.

Regresaron al área más concurrida, Senjuro se detuvo un instante observando a la lejanía con cierta añoranza en sus pupilas claras, Tanjiro siguió lo su mirada hasta posarse en los brillantes globos color rojo resplandeciente, sonrió, así que esa era otra cosa que Senjuro nunca había tenido.

— ¿Quieres uno? — pregunto sabiendo la respuesta.

Senjuro salto de la impresión.

— No... yo... no — balbuceo avergonzado.

Tiempo de Promesas⌠TanjiSen⌡Donde viven las historias. Descúbrelo ahora