"Un período de crecimiento puede considerarse un agujero universal que se coloca en la vida de cualquier persona en un determinado momento.
Por grande o pequeño que sea, a medida que pasamos ese período de tiempo, experimentamos hambre espiritual y...
“La primera gota que tocó el suelo, fue él, y después los demás, cayendo en picada como si nada realmente importara, como si fuésemos inmortales, como si por primera vez en nuestras vidas, nos sintieramos vivos, en paz y tranquilos. Nos dimos cuenta de que la muerte no era tan aterradora como la pintaban.”
¿Qué tan cansado hay que estar para verla como una salida?
Como paz.
Como un buen sueño después de un día ajetreado.
Muerte. ¿Por qué temerle si es el destino de todo y todos?
¿Por qué si yo también sufría no pude quedarme?
Con ustedes.
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Mamá y papá solían discutir, hora tras hora, tras hora, yo solo veía la televisión, con una expresión neutra, pero llena de cansancio y monotonía. Por dentro miles de escenas grotescas existían.
A veces me preguntaba.
¿Cuándo sería el día en el que mi papá matara a mi mamá?
Normalmente eso pasaba en esa especie de parejas.
Un arrebato, un golpe y luego...
Carmesí.
Me gustaba el color carmesí, amor, energía, afección y calor, para mis papás, odio.
Mi vista se nubló y me sentí vulnerable, no podía ver, no podía respirar, era como si me estuvieran tomando por el cuello con fuerza. Los gritos se habían hecho más fuertes, mamá estaba llorando y su voz parecía desgarrarse más cada que una palabra salía de su boca. Un estruendo fue la gota que colmó el vaso, no me importó nada más y salí de la casa, no sin antes tomar las llaves de la camioneta del abrigo que estaba colgado en el perchero. Los gritos cesaron cuando cerre la puerta pero todo seguía borroso, y mi respiración seguía agitada.
Tal vez fue una coincidencia, pero recibí una llamada de él una vez estuve dentro del vehículo de mi papá. Había perdido la cuenta de las veces que me había llamado en esas dos semanas, quizá unas cien o menos. Suspire y la atendí, con miedo a que me comenzara a reclamar por haberlo ignorado tanto tiempo, pero no hubo nada, pasaron unos segundos y luego me dejó escuchar esa voz que siempre conseguía tranquilizarme
"¿Estás libre?"
Y luego me encontraba conduciendo hacía su casa. Sin saber porqué, tal vez solo por necesidad de distraerme.
Mis manos estaban temblando y se aferraban con fuerza al volante, mi cabeza era un caos y mi cuerpo trataba de mantenerse lo más estable posible, como si tuviera miedo de perder el control y acabar en un accidente. Me resultaba interesante que mi mente quisiera morir, pero mi cuerpo tuviese miedo de hacerlo. De todas maneras estaba diseñado para eso, para vivir, e iba a hacer todo dentro de sus posibilidades para mantenerme de pie, era tan estúpido.