Capítulo 9: «Cielos, qué situación tan violenta...»

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Todos en la sala se quedaron sorprendidos, a excepción de los sirvientes, que estaban metidos en el ajo

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Todos en la sala se quedaron sorprendidos, a excepción de los sirvientes, que estaban metidos en el ajo. Ninguna de las participantes vio venir que el asalto al castillo era, en realidad, una prueba organizada por los propios monarcas. Flora se encargó de echar a las que consideraba desertoras; aquellas que habían decidido ponerse de lado de los rebeldes y subir las escaleras como muestra de ello.

En cambio, el príncipe Maximiliano se quedó con las damas que habían seguido apoyándole, mostrándose agradecido y pidiendo perdón por su actuación.

—Siento haberlas puesto en un aprieto —repitió una y otra vez. Se le veía acalorado.

Dagmar entendió que, su nerviosismo al hablar mientras lo tomaban como rehén, era, en realidad, por tener que estar actuando. Ella, que tenía a la mayor maestra de la manipulación como madre, ni se lo había planteado. «Me ha convencido completamente...», pensó asombrada mientras lo seguía con la mirada.

El príncipe había pedido, tanto a Dagmar como a Lilibeth, que esperaran a que terminara de despedir al resto de participantes para hablar con ellas. Y así como había expresado su deseo, ambas lo cumplieron, una al lado de la otra, esperando pacientemente a que terminase.

Aunque, ciertamente, lo de paciente, solo era aplicable a Lilibeth. Pues la princesa se encontraba tensa, nerviosa y con un gran deseo de volver a sus aposentos para pedir ciertas explicaciones a otra persona. Debería sentirse eufórica por haber superado otra prueba, pero, en cambio, su mente estaba alejada de aquel salón de baile. «Traidor... ¡Engañarme de esa manera!», se sintió burlada.

—Ha sido muy valiente —le susurró la bruja de repente.

Dagmar la miró con una ceja alzada. ¿A qué venía aquello? Incluso la puso más nerviosa. «¿Me está hablando a mí?», pensó, mirándola de reojo.

—¿Qué has dicho? —preguntó incrédula, tuteándola a propósito.

Lilibeth sonrió.

—Digo que ha sido muy valiente. Sois menuda, pero fuerte y decidida —comentó—, además, gracias a usted, pude recuperarme de la sorpresa y reaccionar.

A la princesa se le revolvió el estómago.

—No creas que vamos a ser amigas por haber estado a punto de luchar juntas —le espetó con desagrado—. Te habría usado como escudo humano, o lo que seas, si lo hubiese necesitado.

Lilibeth escondió otra sonrisa. Dagmar miró al techo, exasperada. Luego, saludó con la mano a Lady Annabelle, que se disponía a abandonar la sala. Su compañera le hizo señas con las manos, para indicarle que le escribiría.

Probablemente, iba a mandarle una nota con los detalles de tan esperada y ansiada reunión. Lady Annabelle le había hecho saber que intentaban no relacionarse en público, para que no las tacharán de conspiradoras. Dagmar, que era un tanto paranoica, empezaba a pensar que aquellas damas no existían; había estado vigilándola y no había visto que intercambiara palabras con ninguna otra joven. Pero la explicación de Lady Annabelle la había dejado un poco más tranquila: solo eran un grupo de muchachas que tomaban el té y despotricaban en secreto sobre otras participantes.

Érase una vez: una princesa malvada [Completa✔️]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora