Historia Ganadora ONC2023 🏆
Dagmar Arrowflare es todo lo que uno podría esperar de una princesa de cuento; delicada, menuda y esbelta. Con unos labios carnosos, pálida como la leche y con las mejillas rosadas. Sus cabellos son de oro y su voz ater...
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El momento que tanto había esperado Dagmar, al fin, había llegado; ingresaba en aquel lugar en calidad de potencial prometida. Tal y como en su repetitivo sueño, se adentró en el maravilloso palacio del Sol a paso firme, con el corazón acelerado y el estómago un tanto revuelto por los nervios; aunque no fuera a reconocerlo nunca. Y menos en presencia de su exigente madre, la que consideraba los sentimientos como una debilidad. Era imposible acostumbrarse a su belleza. Aunque tuviese la suerte de visitar el sitio en fechas especiales, sus altas columnas de oro y los ornamentos dibujados en las paredes jamás dejaban de impresionarla.
Mientras caminaba empapándose de la belleza y de la inmensidad del lugar, su corazón repiqueteaba con fuerza. El palacio seguía igual de majestuoso que siempre; sus exquisitas alfombras azules adornaban los largos pasillos, los altos techos cortaban la respiración y los sirvientes caminaban, atareados, de un lado al otro, vestidos con su característico uniforme.
—Aminora el paso, muchacha —le riñó Rosella tirando de su vestido con disimulo—. O pensarán que estás desesperada.
Lo dijo asqueada. La princesa apretó los puños, respiró y terminó por asentir con la cabeza, pues no quería hacer enfadar a su madre. A veces tenía la sensación de que, para aquella mujer, nada de lo que hacía estaba bien.
—¿Por qué me acompañas, madre? Creía que considerabas las despedidas como momentos sensibleros. ¿O es tu forma de apoyarme?
Aunque Dagmar sabía que aquello era totalmente improbable, se lo soltó con resentimiento.
—No seas ridícula —bufó—. Vengo para hacerle la pelota a mi hermana y asegurarme que puedes contar con su favor si metes la pata. Aunque... —su madre paró en seco y se acercó amenazante a su oído—, ya sabes lo que sucederá si lo haces.
A pesar de que había recibido aquella clase de amenazas durante algo más de dieciséis años, la princesa Dagmar parecía no acostumbrarse. Aunque por fuera se mostraba seria, fuerte y templada, por dentro, sus sentimientos e inseguridades se arremolinaban como una tormenta. Y cada día se le hacía más difícil controlarla.
—Usted debe ser la princesa Dagmar.
Una voz desconocida interrumpió aquel incómodo momento entre madre e hija. Cuando la princesa desvió la mirada se encontró con un joven alto y fornido, ataviado con un uniforme Solariano; con los colores azul y amarillo. Tenía la piel bronceada y la cabellera oscura, como sus ojos; quizás fuera por sus largas pestañas, pero estos, penetrantes, parecían atravesarla con intensidad.
Su madre rápidamente volvió a tirar de ella y Dagmar deseó tener la valentía para pedirle que dejara de hacerlo. Pero una vez más, calló.
—Así es —contestó por su hija—, y yo soy Rosella, la hermana de la reina Flora.
Su madre, lo dijo como una declaración; para imponer respeto y límites. Pero sus palabras no parecieron impresionar al joven, que mantuvo su mirada fija en la princesa.