Capítulo 12: «Las cosas no son siempre lo que parecen ser.»

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Gabriel se encargó de llevar a la princesa a su dormitorio: la cogió en volandas mientras aquel ser mágico seguía maldiciendo entre chillidos y abandonó la habitación de la bruja con prisas y sin mirar atrás

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Gabriel se encargó de llevar a la princesa a su dormitorio: la cogió en volandas mientras aquel ser mágico seguía maldiciendo entre chillidos y abandonó la habitación de la bruja con prisas y sin mirar atrás. No sabía qué sucedería cuando, esta, fuera avisada por su mascota de que habían entrado sin permiso. Pero por el momento, lo más importante era la persona que cargaba entre brazos.

Primero, pensó en llevarla a la enfermería, pero no estaba muy seguro de cómo explicar que la princesa se había desmayado, por culpa de una ardilla parlanchina, después de colarse en un dormitorio ajeno, con intenciones ocultas. Y tampoco le gustaba mentir.

Así que después de revisar, con suavidad y decoro, las pulsaciones de la princesa, su temperatura y su respiración, se quedó más tranquilo, todo parecía estar bien. Era cuestión de tiempo que recuperase el conocimiento.

Acostó a la princesa, con cuidado, en su cama y la tapó con las sábanas, no fuese a coger frío. Luego, cogió una de las sillas y la plantó frente a la cama, para vigilarla. Se sentó y aguardó a que esta despertara. Mientras los minutos avanzaban, Gabriel no pudo evitar estudiar el rostro de la princesa.

Tenía la piel blanca y de aspecto suave. Se preguntó si sería como tocar terciopelo y se vio tentado de alargar la mano, pero finalmente no lo hizo. No quería tomarse aquella libertad, aprovechando que la princesa Dagmar estaba dormida. Era inapropiado hacerlo sin su permiso.

En cambio, si se permitió seguir mirando. Observó sus largas pestañas rubias y como se curvaban en las puntas, su cabello esparcido por la cama y como sus mejillas tenían un leve tono rosado. Así como sus labios; carnosos y de aspecto suave.

—¿Cómo sería tocarlos? —pensó en voz alta.

Aquellos pensamientos hicieron que se ruborizara. No podía permitirse pensar en la princesa de aquel modo. Pero estando así, dormida frente a él, no podía evitar recorrerla con la mirada, como si fuera una criatura de otro mundo.

Gabriel memorizó cada centímetro de la princesa, con intención de grabarlo a fuego en su mente, así como en su alma.

—Cuando seáis reina, no podré observaros de esta forma —le susurró a Dagmar, que yacía aún inconsciente.

El escolta esbozó una triste sonrisa; no tenía duda de que la princesa lo lograría.

De golpe, la princesa Dagmar se reincorporó y gritó horrorizada, con los ojos bien abiertos; medio segundo antes, descansaba en calma sobre la cama.

Gabriel, que imaginaba que la bella dama se despertaría poco a poco y de forma delicada, como si de un cuento de hadas se tratara, no pudo evitar dar un respingo y cuando volvió en sí, corrió a los pies de su cama para atender a la princesa, que parecía no discernir el presente, en sus aposentos, del pasado, en los de la bruja.

Érase una vez: una princesa malvada [Completa✔️]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora