9. Érase una vez, una mujer hecha de flores de loto.

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¡Joder, cómo duele!... — exclamó de dolor. Liên, la chica a la que había protegido de los norteamericanos, estaba curando sus heridas; pero su cuerpo era un lienzo repleto de ellas.
  
Lo siento mucho... Ya casi termino — respondió.

Liên observó la cicatriz de bala que tenía en su pecho, por alguna razón, resaltaba entre las demás a pesar de ser antigua. Pasó sus manos sobre ella, para sentir el relieve. Jungkook la observó hasta que ella levantó la mirada y sus miradas se conectaron.

Jungkook suspiró y el calor de su respiración se toparon con los labios de la muchacha; eran pequeños y delgados, rosados y con un tierno brillo. Sus ojos eran grandes, afilados, tan rasgados que parecía la mirada de un felino, y sus pupilas oscuras cuyas luces reflejadas titilaban como las estrellas en el cielo nocturno.

El corazón de Liên se aceleró considerablemente y sus mejillas se tiñeron de rojo. Acercó su boca hacia la de Jungkook con la esperanza de conseguir un beso, pues sentía que se había enamorado de él tras haberla protegido; pero cuando Jungkook notó que las placas de Yoongi se interpusieron entre sus dedos y su cicatriz, apartó su rostro antes de que pudiera recibir aquel beso.

Perdón... — se disculpó la chica — Oh...

— ¿Qué ocurre?

— Ya no me queda nada en el botiquín — respondió.

Lo siento.

No importa, mañana compraré más... ¿Quieres algo de beber?

¿Qué tienes para beber?

— Uhm... Licor, agua y zumo de arándanos.

Licor — respondió con una sonrisa —, quiero olvidar el dolor esta noche.

Liên pensó que se refería a las heridas de pelea que había tenido en el bar, pero Jungkook no. La observaba mientras servía el licor en los vasos.

Luego recordó que Namjoon lo decapitaría cuando se enterara de que se había metido en una pelea que puso en riesgo su salud. Maldijo en voz baja cuando la muchacha le pasó el vaso con licor.

¿Tienes cigarrillos? — preguntó Jungkook.

Liên se sacó la cajetilla del pecho y el mechero del bolsillo de su falda. Jungkook cogió un cigarrillo, se lo llevó a la boca y Liên le encendió la colilla.

— ¿Son tuyas esas placas? — le preguntó señalándolas con su propio cigarrillo.

— No, son de otra persona.

Ya veo... ¿Y no las necesita o por qué las llevas tú?

Ya ha muerto, no las necesita. Las llevo para recordarlo.

Lo siento mucho.

Jungkook decidió dejar el tema de lado. Le preguntó sobre su vida para que el ambiente no se sintiera incómodo, para su suerte, Liên era una chica muy abierta y carismática; le hacía reír, tanto que ni siquiera recordaba cuándo había sido la última vez que había reído de verdad y que su sonrisa fuera auténtica.

El tiempo pasó; llegó la una de la madrugada, y luego llegaron las dos, las tres... Entonces, cuando las conversaciones dejaron de tener sentido, fue cuando el alcohol finalmente los sometió. Pero, aunque la tensión sexual se había manifestado incluso en la sobriedad, Jungkook quiso pensar que aquello había sucedido porque estaba borracho; porque quería calentar su congelado corazón y sentirse humano de nuevo.

Cogió las placas de Yoongi con los dedos cuando Liên se subió encima de él y comenzó a besar sus labios. No se resistió, al contrario, rodeó con sus brazos su delgado cuerpo y acarició su lisa y suave piel por debajo de su ropa; tocó su espalda, sus glúteos, sus piernas y también sus senos cuando le desabrochó el sujetador.

Érase una vez, un amante hechizado (Taekookgi) [Fin.]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora