Capítulo 4

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Al llegar a casa, lo primero que hice fue decírselo a mi madre, que por alguna razón me dijo que sí, cuando ella es de ese tipo de personas que no accede tan fácilmente.

Me había pasado toda la tarde estudiando para que me dejara salir y lo había conseguido. Siempre que me solía proponer algo lo terminaba logrando tarde o temprano gracias a mi cabezonería.

Subí corriendo a mi habitación para llamar a Mateo, y decirle que mi madre me había dado permiso.

Nos quedamos hablando alrededor de una hora, y yo no estaba nada incómoda, ese chico solía transmitirme tranquilidad, como si nos conociéramos de toda la vida. Me preguntó acerca de mi padre y su puesto en la empresa, y al parecer su padre y el mío se conocían de toda la vida, pero yo no recordaba a ningún amigo de mi padre en esa empresa.

 Cuando terminamos de hablar, ya era casi la hora de la cena, había estado sumida en una especie de trance, pensando en él, hasta que el sonido de mi teléfono me sacó de mis pensamientos. Era mi amiga, la que conocí cuando teníamos tres años, en infantil, y le conté todo acerca de Mateo.

- ¡No me lo creo, Ana!, te vas y a las dos semanas ya conoces a un chico super guapo, y además de los que te gustan, moreno, ojos miel... -

- Solo es el hermano de la mejor amiga de mi hermana, nada más, y tampoco es para tanto, aunque sea de los que me gustan... -

Estuvimos hablando de nuestros supuestos gustos en chicos durante un buen rato. No solíamos concordar en demasiadas cosas, por lo que no fue extraño que termináramos mosqueadas la una con la otra (aunque la mayoría de veces nos reconciliábamos a las pocas horas.

- Bueno, tengo que colgar, te recuerdo que hay una hora de diferencia horaria entre España y Grecia -

- Es cierto, en ese caso, mañana hablamos, adiós -

- Adiós -

Cuando me colgó, bajé las escaleras y crucé el pasillo hasta llegar a la cocina para cenar. Esperé allí hasta que llegara mi padre de trabajar y así le podría preguntar acerca del padre de Mateo, más que nada para ver si se conocían.

La cerradura de la puerta sonó a los pocos minutos indicando su llegada. Fui corriendo para allá, para no perder tiempo y saber la respuesta.

- Hola papá, ¿te puedo hacer una pregunta? - pregunté nada más verlo.

- Claro hija, ¿qué quieres? -

- ¿Conoces a Simón Gómez, de la empresa? -

Al parecer eso le tomó por sorpresa porque puso una mueca de incredulidad.

- Claro que lo conozco, es mi mejor amigo, pero ¿por qué lo preguntas? -

Vale, eso sí que es raro, ¡¿son mejores amigos?! eso no me lo esperaba, se lo tengo que decir a Mateo, espera, o no, me estoy obsesionando con él y eso no puede ser. Solo lo conozco de apenas unas semanas. Salí de mis pensamientos cuando mi padre me chascó los dedos en la cara.

- Ya que estás tan interesada, quería decirte que son nuestros vecinos, por eso nos mudamos aquí, ellos fueron los que hablaron con el dueño y reservaron la casa, además, nos han invitado a una barbacoa el Sábado en su casa. Creo que su hijo mayor es de tu edad -

- Sí, y la pequeña es la mejor amiga de Lucía -

Como si la hubieran invocado, la aludida entró en la cocina.

- ¿Qué pasa conmigo? - preguntó con curiosidad.

Lucía es la típica niña baja para su edad, pelo corto y castaño, cara redonda y aspecto infantil. Además poseía un cutis hermoso: ojos verdes, pecas, nariz pequeña... No como yo, que tengo el pelo largo, ondulado y castaño claro casi rubio, ojos marrones y ni una peca en el rostro. Era la cara más común de todo el mundo. Pero hay una cosa en la que sí nos parecemos: la altura. Ambas somos demasiado bajas para nuestra edad, pero muy desarrolladas. Nos llevamos seis años y utilizamos la misma ropa, cosa que es muy útil para propiciar las peleas.

- ¿Tú sabías que Sofía y su hermano son nuestros vecinos? - me digné a preguntar, perpleja.

- Claro que sí, ¿quién crees que te espía a todas horas? -

Mi hermana no debía de haber dicho eso. ¿Ahora cómo dejaría de pensar en eso? Mira que era difícil dejar de pensar en él en un momento normal, pero ahora sería más complicado aún.

Esa frase me dejó pensando toda la noche. Él me espiaba y yo no me estaba dando cuenta. ¿Cómo supo que era su vecina? A lo mejor se lo contó su hermana y decidió espiarme, aunque no tiene sentido ¿por qué querría espiar a una chica como yo? ¿qué tengo yo de especial?.

 Estuve pensando qué decirle el Sábado en la barbacoa. Aunque todavía no sabía si iría. Mi padre me había dejado muy claro que no podíamos faltar, porque sería de muy mala educación decir que sí y luego no presentarse. Lo que no me convenció del todo fue que era desde por la mañana sobre las 10:00 hasta las 22:00 de la noche. 

Lo de menos era la gente extraña, que seguramente haría dos cosas: o pasar de mí, o no dejar de hablarme, probablemente en griego. No creo que pueda estar tanto tiempo con él, en su casa, sin ponerme nerviosa. Aunque de todos modos, siempre que lo veía, por poco tiempo que fuera, me ponía nerviosa hasta el punto de no saber hacer ciertas cosas básicas. 

Porque aunque me costara admitirlo delante de la gente, ya sea de mi familia o amigos, de alguna forma sentía cierta atracción hacia él.

Una vida de cambiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora