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LLEGAR AL PUEBLO de Combe Carey desde las oficinas de la Agencia Lockwood, en Londres, es bastante sencillo

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LLEGAR AL PUEBLO de Combe Carey desde las oficinas de la Agencia Lockwood, en Londres, es bastante sencillo. Solo se necesita un rápido trayecto en taxi hasta Marylebone Station, una espera tranquila en el andén seis y, finalmente, una apacible excursión de cuarenta minutos en tren (cruzando ondulantes zonas residenciales de tonalidades grises y marrones hasta llegar a los campos invernales de Berkshire) antes de detenerse al pie de las paredes llenas de musgo de St. Wilfred's Church, en la vieja estación de Combe Carey. Un viaje de hora y media a lo mucho. Fácil, rápido, directo y lo mar de placentero.

Bueno, esa había sido mi teoría. No es tan divertido cuando tienes que arrastrar seis bolsas gigantescas cargadas de metal, además de una funda con cuatro estoques viejos de cambio y llevas en el cinturón un estoque nuevecito con el que tropiezas a cada paso. Tampoco ayuda que tanto tu jefe como su lugarteniente casualmente no sepan donde han puesto sus carteras y te toque a ti y a Lucy apoquinar los billetes de tren y los suplementos por el exceso de equipaje. O que Lucy pase tanto tiempo regateando que acabemos perdiendo el primer tren. Sí, todo eso estuvo fuera de mi teoría.

Luego también está el pequeño detalle de que te diriges a una de las casas más encantadas de Inglaterra y que esperar no morir en el intento. Ah, sumándole a eso, no eres un agente todavía.

Este factor de morir no mejoró durante el viaje. George nos presentó un informe completo sobre lo que había averiguado en los dos días anteriores. Tenía un archivador de anillos lleno de apuntes tomados con buena letra y, mientras todo el tren dejaba atrás tranquila y alegremente agujas y las farolas antifantasmas de pueblos que se ocultaban en los repliegues boscosos de suaves colinas, nos entretuvo con detalles desagradables que extraía de sus anotaciones.

—En una palabra, parece que lo que nos contó Fairfax era cierto—dijo—. La mansión arrastra mala fama desde hace siglos. ¿Recuerdan que al principio era un priorato? Encontré un documento medieval al respecto. Lo construyó una orden conocida como los Monjes Heréticos de San Juan. Por lo visto, «diéronle la espalla a el culto sagrado de Dios e tornáronse en la adoración de cosas escuras», que a saber lo que significa. Varios señores feudales no tardaron en enterarse de aquello y arrasaron el lugar. Se apoderaron de las tierras del priorato y se las repartieron entre ellos.

—¿Una encerrona? —preguntó Lucy—. ¿Tendieron una trampa a los monjes para mangarles las tierras?

George asintió.

—Tal vez. Desde entonces ha pertenecido a varias familias ricas, los Carey, los Fitz-Percy, los Throckmorton. Todos ellos se beneficiaron de las rentas que producía la propiedad. Sin embargo, la mansión en sí solo ha causado problemas. No he encontrado mucha información, pero uno de los dueños la abandonó en el siglo XV por culpa de [una presencia maligna]. Casi ha quedado reducida a cenizas en dos o tres ocasiones y, atención a esto, un brote de peste acabó con todos sus habitantes en 1666. Parece ser que una visita apareció en la puerta y descubrió que todos estaban muertos. Todos, salvo un bebé, que lloraba en su cuna en uno de los dormitorios.

𝐋𝐎𝐂𝐊𝐖𝐎𝐎𝐃 & 𝐂𝐨 & 𝐌𝐀𝐑𝐈𝐀𝐍𝐍𝐄Donde viven las historias. Descúbrelo ahora