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HACIA FRÍO en el solitario número 35 de Portland Row, ocupado por las superficies grises de una multitud de sombras

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HACIA FRÍO en el solitario número 35 de Portland Row, ocupado por las superficies grises de una multitud de sombras. Ni George, Lucy o Lockwood habían regresado. Había recibido los pedidos, reordenado las bolsas, preparado la comida y la bebida, y había dejado mi ropa planchada junto con la de Lucy y lista para el día siguiente. Había practicado con el estoque junto a Esmeralda (si, los muñecos de entrenar tenían nombre), en el sótano. Y en ese momento me encontraba paseando en la creciente oscuridad, reprimiendo mi aburrimiento y la sensación de asfixia que me inundaba y la que había querido quitarme de encima todo el día.

No era el caso Fairfax lo que realmente me preocupa, lo que si me preocupaba era la reacción que había tenido mi cuerpo con la llegada del señor Fairfax, con su voz y la forma en que el espíritu de Annabel tenía un efecto negativo en mi cuerpo y mis acciones. Sabía que Lockwood tenía razón, no se podían permitir la oportunidad de rechazar tan generosa oferta, sobre todo si querían que la agencia siguiera en pie. Yo no recibía ningún pago por que recibía un entrenamiento (y en teoría debería tenerlo, según Lucy) aun así no nunca lo había exigido, muy al contrario de Lucy y George que tenían un mes sin sueldo.

A pesar de todo, me molestaba que me dejaron de lado, claro que comprendía que podía llegar a estorbar más que ayudar, en madera de agente no era ni de lejos mejor que George con el estoque, y me faltaba demasiada práctica con mis dones de la vista y a inhibir el tacto, aunque de eso me ayudaban los guantes. Pero todos estaban haciendo algo importante mientras yo daba vueltas en la casa, y ahora que no tenía deberes universitarios que hacer me sentía inútil. George y Lucy estaban con sus libros y papeles. Lockwood estaba (en principio) recabando información de primera mano sobre la mansión. ¿Y yo? Yo estaba encerrada en casa, preparando sándwiches de mermelada y apilando armas. Claro que se trataba de algo esencial, pero no podía decirse que la tarea me entusiasmara. Quería contribuir en algo más.

Sin embargo, lo que de verdad me inquietaba era la forma en la que estábamos desatendiendo el otro caso. No estaba de acuerdo con Lockwood, no creía que nos conviniera aplazar un par de días más lo del guardapelo. Entre el allanamiento y la inscripción extraña, me parecía que era vital continuar con la investigación, que una estremecedora llamada a media tarde acabó por confirmar. Era el inspector Barnes, para informarnos de que Hugo Blake iba a ser puesto en libertad.

—En resumidas cuentas—dijo Barnes con sequedad—, no hay suficientes pruebas. No ha confesado y no hemos podido demostrar que entrara a la casa. Sus abogados se han puesto manos a la obra y eso significa que nos quedamos sin tiempo. Salvo que demos con algo más, señorita Miller, o salvo que el hombre confiese, me temo que mañana saldrá de aquí.

—¿Qué? —exclamé—. Pero ¡no pueden soltarlo! ¡Está claro que es el culpable!

—Sí, pero no podemos probarlo, ¿verdad? —Casi podía ver el bigote de Barnes ondulándose mientras hablaba—. No basta con que la llevara a casa. No contamos con la prueba definitiva que lo relacione con el crimen. Si ustedes, pedazo de alcornoques, no hubieran quemado el lugar, tal habríamos encontrado algo. Lo lamento, pero, tal como están las cosas, es muy probable que salga impune.

𝐋𝐎𝐂𝐊𝐖𝐎𝐎𝐃 & 𝐂𝐨 & 𝐌𝐀𝐑𝐈𝐀𝐍𝐍𝐄Donde viven las historias. Descúbrelo ahora