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EN EL CINTURÓN llevaba el estoque, una linterna, pilas de repuesto, tres velas con un encendedor, una caja de cerillos, cinco pequeños sellos de plata (todos de distintos tamaños), tres saquitos de limaduras de hierro, tres bombas de sal, dos fras...

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EN EL CINTURÓN llevaba el estoque, una linterna, pilas de repuesto, tres velas con un encendedor, una caja de cerillos, cinco pequeños sellos de plata (todos de distintos tamaños), tres saquitos de limaduras de hierro, tres bombas de sal, dos frascos de agua de lavanda, el termómetro, una libreta y un bolígrafo. Lucy a unos pasos detrás de mí llevaba en la bandolera, dos hileras de botes de plástico dispuestos de dos en dos. Cada par contenía unos doscientos gramos de limadura de hierro y otros doscientos gramos de sal. También se había cruzado sobre el pecho una cadena de hierro enrollada de casi dos metros de largo, bien envuelta en plástico de burbujas para impedir que hiciera demasiado ruido.
Por último, un paquete de provisiones de emergencia en uno de los bolsillos exteriores del abrigo: bebida energética, sándwiches y chocolate. Los termos de deliciosa té caliente y las cadenas y los sellos más grandes iban en una bolsa aparte.

Además de mi ropa habitual llevaba mallas y camiseta interior térmica y unos calcetines gruesos. También llevaba guardaba una bufanda por si el tiempo se tornaba frío y sabía que Lucy guardaba el collar debajo de su estuche de plata por lo que estaba segura que estábamos preparados.
George y Lockwood iban casi de la misma forma, aunque Lockwood además se había colgado sus gafas oscuras en el bolsillo superior del abrigo. El equipo era muy pesado y más engorroso de lo habitual, pero todavía disponíamos de suficiente hierro para no tener que depender de los otros. En caso de separarnos, y de que fuera necesarios, podíamos montar nuestro propio círculo de protección. En las bolsas también iba un par de cadenas de hierro de cinco centímetros de grosor (que hasta el Visitante más poderoso tendría problemas para mover), aunque por el momento no dependíamos de ellas.

Terminamos. La luz del otro lado de las ventanas casi se había extinguido. En la chimenea ardían unas llamitas anaranjadas. La oscuridad avanzaba con sigilo por el techo de la Galería Larga y se abalanzaba sobre los recodos y los rincones de la gran escalera de piedra. Aunque, ¿y que si lo hacía? Sí, el día había tocado su fin, había caído la noche y los Visitantes de la mansión despertaban, pero la Agencia Lockwood estaba preparada. Trabajábamos juntos y no teníamos miedo.

—Bueno, eso es todo—dijo Fairfax. Estaba junto a Starkins, en la puerta—. Volveré a entrar mañana por la mañana, a las nueve, para recibir su informe. ¿Alguna pregunta final?

Paseó la mirada entre nosotros, que aguantamos allí, a la espera. Lockwood sonreía de esa manera relajada tan suya, con la mano en el estoque y la otra sosteniendo la mía aun con fuerza dentro de su bolsillo y aparentemente igual de tranquilo que si hiciera fila para la espera de un taxi. A su otro lado George parpadeaba tras sus gruesas gafas redondas con la embarazosa impasibilidad de siempre, y con los pantalones bien subidos para contrarrestar el peso de la sal y hierro.

Lucy estaba igual que yo cuando la observaba de reojo, no sabíamos que transmitir y al menos yo no tenía algo que me susurra al oído ni bien comenzara, pero era notaría que la presencia de la noche y los Visitantes nos complicarían los dones el día de hoy.

𝐋𝐎𝐂𝐊𝐖𝐎𝐎𝐃 & 𝐂𝐨 & 𝐌𝐀𝐑𝐈𝐀𝐍𝐍𝐄Donde viven las historias. Descúbrelo ahora