02- A L E X , la comeletras

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Alex, la comeletras

La venganza es una copa que se sirve fría.

Con cuatro hielos... y un toque de malicia.

Desperté alrededor de las nueve de la mañana, con un par de resortes enterrándose en mis costillas

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Desperté alrededor de las nueve de la mañana, con un par de resortes enterrándose en mis costillas. Mi cama no era muy buena. De hecho... no era una cama completa. Sólo consistía en el colchón afirmado en el suelo y un par de tapas. Pero, oye, era mejor que nada.

Me levanté y ordené la cama, para luego revisar mi mochila, asegurándome de que todo lo que necesitaba durante el día estuviese ahí:

- Cepillo de dientes.

- Muda de ropa.

- Mi cuaderno con una foto de Matt Damon en la portada (cumplía una doble función, no sólo me servía para llevar un registro de lo que hacía día a día, sino también para tomar apuntes de ideas o diálogos que de pronto se me ocurrían para mi historia).

- Un par de lápices.

- Mis documentos personales.

- Un poco de dinero.

- Sandalias de goma.

Tal vez estás preguntándote por qué necesitaba llevar todo eso conmigo durante el día. Bueno... para explicar eso, debería primero contarte dónde vivía.

Redoble de tambores, por favor.

Vivía en el ático de una iglesia.

Ilegalmente. Así que... arrésteme, oficial.

El ático era un espacio de unos cinco por cinco metros y un techo que ascendía de forma triangular. En una esquina, junto a la única ventana, estaba mi cama. En un baúl a sus pies, mi ropa. Y en un mueble desvencijado y agonizante junto a la cama, distintos objetos de mi pertenencia, como un par de libros, ligas para el pelo y al final mis zapatos.

El suelo estaba decorado por una linda alfombra oscura que había comprado en una venta de garaje hacía unos meses. Y en una esquina del suelo estaba la puerta-trampa que daba paso a los niveles inferiores de la iglesia.

No parece mucho, pero para una persona como yo, sin familia, sin hogar... era un pent house. En serio. Tenía todo el piso para mí, y el trabajo de meses me había permitido limpiarlo y acomodarlo a mi modo.

A pesar de lo maravilloso que suena, corría el riesgo de que descubrieran mi pent house en cualquier momento y no pudiese volver, por eso llevaba algunas de las cosas más importantes conmigo a todos lados.

Revisé mi teléfono antes de marcharme. Sólo tenía dos mensajes. El primero de ellos era del señor Taylor, deseándome un buen día; había adjuntado una foto de Andy desayunando y agitando su manito hacia la cámara. Sonreí. El otro de ellos era de Phoebe, mi mejor amiga, preguntándome si trabajaba en el bar esa noche; ella también lo hacía. Respondí que sí y me dispuse a salir.

Miradas de acero © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora