28- A L E X , la que toma una decisión

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CAPÍTULO FINAL

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Alex, la que toma una decisión

Aquel monstruo consiguió atraparla antes de que Alex llegara a la puerta.

—¡Ven acá!

Atravesó la habitación mientras la arrastraba tirando de su brazo, apretándole tanto que le dejaba las uñas y dedos marcados en la piel.

—¡Me...! ¡Me quiero ir a la calle! ¡Puedo esperar en la calle! —gimoteó Alex, aferrándose a la puerta del clóset mientras su padrastro intentaba empujarla para meterla adentro.

No era exactamente un clóset. Era un armario viejo y apolillado, que olía a polvo y humedad. Cuando la puerta se cerraba, no podía ver nada más que la sombra de las prendas de ropa colgadas sobre su cabecita, como fantasmas.

Ojalá su casa hubiese sido más grande. Pero el lugar en el que vivían tenía sólo una cama, una habitación, una cocina pequeña y un baño aún más pequeño.

Antes le permitían quedarse en la cocina... hasta que Alex cometió el error de comerse el único trozo de pan que había quedado del día anterior. Su padrastro se había levantado aquella madrugada famélico luego de la tarde entera inyectándose esa cosa en el brazo, que lo hacía desplomarse en la cama y sonreír como imbécil. Cuando no encontró el pan, supo de inmediato que había sido ella y la golpeó.

Y desde entonces Alex ya no pudo quedarse más en la cocina.

Pero, ¿dónde metes a una niña de seis años para que se quede tranquila, sin tener que estar vigilándola?

A su madre se le ocurrió encerrarla en el armario mientras ellos hacían... cosas de grandes. Alex, a su corta edad, ya sabía más o menos lo que hacían. Aunque no lograba comprender por qué les gustaba tanto. Su madre gritaba y se quejaba, como si le doliera. Y su padrastro murmuraba groserías. Pero casi siempre era ella quien insistía, quien le pedía más.

No, Alex no entendía.

—No... no quiero entrar... ¡Me da miedo!

—Y más miedo te va a dar cuando atrape un par de ratas de la cocina y las meta adentro contigo para que te muerdan los ojos.

Alex dejó escapar un grito de miedo y se echó a llorar más fuerte.

No...

¡No sus ojos!

¿Cómo se suponía que iba a leer los titulares de los diarios que vendían en el kiosko de la otra calle?

Los leía todos los días, cuando la enviaban a comprar pan o galletas para desayunar (al final siempre le vendían el pan duro de días, porque era más barato). Aunque la mujer que atendía le regalaba una pieza del pan recién llegado, y la obligaba a comérselo ahí, antes de volver a su casa donde seguramente se lo quitarían.

—¡M-mamá...! ¡Mamaaaaaá!

Su madre rodó los ojos y se acercó.

—Cariño, apártate. Yo me encargó.

Su padrastro se alejó y Alex se aferró al pantalón de su madre, sorbiendo por la nariz.

—No... quiero entrar... Está... oscuro... y huele... m-mal... No sola...

—¿Y qué quieres, que entre contigo? No seas tontita —su madre le acarició la mejilla con aspereza—. Anda, pórtate bien y más tarde te dejaré salir. Te dejaré ver la tele un rato.

Miradas de acero © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora