2 | Luka y Connor

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2 | Luka y Connor

Maeve

Al anochecer, a mediados de abril, mientras fuera hace una temperatura de varios grados bajo cero, en la casa de John y Hanna hace calor y huele a pan caliente, mantequilla y sopa de pescado.

He seguido a Connor desde la pequeña cabaña adosada en la que me alojo hasta su casa mirándolo todo a mi alrededor. Aunque no tardo mucho en equiparme —con mis botas, mi anorak y mi gorro; no he renunciado a nada a pesar de sus insistencias—, cuando salimos el sol ya ha desaparecido. En el lago todavía se reflejan los colores anaranjados del cielo, y a lo lejos, en el bosque, la brisa mueve las hojas de los árboles. Connor va detrás de mí todo el rato. No me libro de la sensación de tener sus ojos encima hasta que llegamos a su casa y se adelanta para abrir la puerta.

—¿Es para la nieve? —le pregunto cuando entramos en ese cubículo con rendijas en el suelo que me llamó la atención ayer. Él asiente mientras se sacude las botas.

—Aquí nieva durante la mayor parte del año. Lo de la doble puerta es por el frío, ayuda a mantenerlo aislado. Quítate los zapatos. Y el anorak, el gorro y todo lo que llevas. Ya te he dicho que ibas a morirte de calor aquí.

Es cierto que la calefacción está muy alta —lo noto nada más entrar—, pero, viendo la temperatura que hace fuera, la idea de renunciar a mi ropa de abrigo me genera bastante desconfianza. Sin embargo, él ni siquiera me deja contestar; se quita las botas y la chaqueta, aunque debajo solo lleva una camiseta de manga corta, y se dirige al mostrador.

Me apresuro a hacer lo que me ha dicho y seguirlo antes de que me deje atrás.

—¿Qué pone? —Señalo con la cabeza el cartel de la pared. Está escrito en finlandés.

La Perla. Es el nombre del hostal. —Si a le molesta que no deje de hacerle preguntas, no muestra señales de ello—. No vienen muchos turistas, así que la mayor parte del tiempo se la dedicamos a la tienda. Surtimos al pueblo de los productos básicos. Si alguien necesita algo más... especial, tiene que ir a buscarlo a la ciudad. Está a unos veinte kilómetros.

Cruzamos la puerta que hay tras el mostrador, que conduce al interior de la casa; en concreto, a una acogedora salita de estar con una chimenea y un par de sofás. Se oye ruido desde la habitación del fondo, donde imagino que estará el comedor. Mis nervios aumentan cuando veo que nos dirigimos hacia allí.

—¿Cómo se llama la ciudad?

—Nokia.

«Anda, yo tuve uno de esos.»

—¿Tus padres siempre se han dedicado a esto?

—¿A La Perla? Sí. Es el negocio familiar. Antes pertenecía a mis abuelos, mi madre lo heredó y ahora lo llevamos nosotros. Mi hermana Sienna quiere dirigirlo en el futuro. A mí me parece bien. Aspiro a otra clase de cosas. —Nos detenemos frente a la puerta cerrada y me mira por encima del hombro—. ¿Preparada?

La abre antes de que me dé tiempo a decir que no.

Hay unas cinco personas en el comedor. Tres de ellas son rubias, pálidas y de ojos azules —Hanna, un chico de la edad de Connor, el niño— y, el resto, castañas —John, una chica que debe sacarme unos diez años; ambos se parecen mucho a Connor—. Hay mucho movimiento en la sala; mientras John y Hanna terminan de preparar la comida, sus hijos ponen la mesa para cenar. Todos los muebles son de madera y las paredes están llenas de fotografías. Para tratarse de una familia tan numerosa, hay menos ruido del que esperaba. Eso evita que al verlos retroceda casi de manera automática.

Hanna no tarda en recaer en nuestra presencia.

—¡Connor! —exclama. Luego le dice algo en finlandés que yo, evidentemente, no entiendo.

Todos los lugares que mantuvimos en secreto | 31/01 EN LIBRERÍAS Donde viven las historias. Descúbrelo ahora