11 | El concierto

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11 | El concierto

Maeve

—No me creo que te bañaras en agua helada de verdad.

Me río al ver la cara de horror de Leah a través de la pantalla. Después de pasarnos una semana intentando cuadrar nuestros horarios, hoy, por fin, hemos conseguido hacer una videollamada para ponernos al día. Hay exactamente diez horas de diferencia entre Sarkola y Portland, de manera que, mientras que allí son solo las nueve de la mañana, aquí ya ha anochecido y estoy preparándome para el concierto.

Me echo un vistazo frente al espejo que cuelga en la parte interior de la puerta de mi armario. Llevo un vestido ajustado que se amolda a mis curvas como una segunda piel. De forma inconsciente, me paso las manos por la barriga y las caderas. Luego me giro para verme de perfil. En cuanto caigo en lo que estoy haciendo, el malestar me atraviesa como un cuchillo. Mierda. Solo tengo veinte minutos para terminar de arreglarme. No puedo entrar en crisis ahora.

—Estás preciosa —añade Leah, como si supiera perfectamente lo que estoy pensando.

Niego sin apartar la vista del espejo.

—Creo que no me convence.

—¿Por qué no? Estás impresionante, Maeve. En serio. Ese vestido te sienta genial.

—Voy a cambiarme.

Noto que Leah quiere replicar, pero cierra la boca cuando giro el ordenador para desnudarme sin entrar en el ángulo de la cámara. Abro el armario y rebusco bruscamente entre las perchas. El ruido molesta a Onni, que me bufa desde su rincón en mi cama, molesto. Ojalá me hubiera traído mi ropa de fiesta de Florida. Por suerte, al final encuentro una de mis prendas de confianza: una mini falda negra que decido combinar con unas medias y unos botines. Para la parte de arriba elijo una camiseta con un aire rockero. Me viene un poco grande, pero puedo hacerle un nudo para marcar la cintura.

Perfecto.

Vuelvo a vestirme, ya mucho más relajada.

Me he sentido insegura con mi cuerpo durante la mayor parte de mi vida. Nunca he encajado dentro de los cánones de belleza que nos impone la sociedad, tan idílicos e imposibles de alcanzar. Me pasé toda mi adolescencia odiándome a mí misma. Creyendo que tenía que ser más guapa o más delgada para hacer cosas que me apetecían, como ir a la playa o a la piscina, o salir de fiesta con mis amigos. Hasta que un día todo cambió. Me di cuenta de que el problema nunca había sido mi cuerpo, sino todas las ideas estúpidas que me habían inculcado sobre él.

Así que empecé a trabajar para deshacerme de ellas.

Una por una.

Lo que nadie te dice sobre todo eso de «quererse a una misma» es que no es un proceso lineal. Hay subidas y bajadas. La mayor parte del tiempo, me siento guapa cuando me miro al espejo. Me encantan mis curvas. Y, a diferencia de cuando tenía dieciséis años, no estoy todo el rato preocupándome por cómo se verá mi cuerpo. Pero también hay días, como hoy, en los que todo se me hace un poco cuesta arriba, y tampoco pasa nada. Cuando llevas toda la vida recibiendo cierto tipo de mensajes, es complicado borrárselos por completo de la cabeza. Así que soy paciente conmigo. Sigo en proceso. Estoy aprendiendo. Es lo importante. Lidio con los días malos igual que celebro los buenos.

—Sé que lo del avanto parece una locura —retomo la conversación mientras me pongo las medias—. Pero tiene su... encanto una vez que lo pruebas. Aquí la gente lo practica mucho durante del invierno.

Algo que me gusta de mi relación con Leah es que nos entendemos muy bien. Por eso no insiste ni me presiona. Solo dice:

—Creo que, si yo tuviera que hacerlo, me moriría en el intento.

Todos los lugares que mantuvimos en secreto | 31/01 EN LIBRERÍAS Donde viven las historias. Descúbrelo ahora