19 | Confesiones

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Disfrutad del capítulo, amigas :)

Uno más narrado por Connor porque sé que os gusta <3


19 | Confesiones

Connor

Unos días después, Luka y yo cumplimos con lo acordado y quedamos para salir a pescar. Cuando la alarma suena al amanecer, Maeve se revuelve en sueños. Me deshago cuidadosamente de su agarre, le doy un beso en la cabeza y salgo de la cama en silencio para no despertarla. Una vez vestido, me reúno en el muelle con mi hermano. Sacamos el viejo bote de papá del cobertizo y comprobamos que todo está en orden y que llevamos lo necesario antes de ponernos en marcha.

—¿Crees que aguantará nuestro peso?

—Solo hay una manera de averiguarlo. —Luka entra en la barca detrás de mí y empuja la columna del muelle para darnos impulso.

Remamos entre los dos hasta el centro del lago. En primavera, cuando los árboles de alrededor recuperan sus hojas caducas, el agua siempre parece de color turquesa. Ahora tiene reflejos anaranjados porque está a punto de salir el sol. Espero que luego no suban mucho las temperaturas. Soy un alma de invierno. Prefiero el frío. Maeve ha pasado ya tres noches conmigo y, a diferencia de mí, está acostumbrada al clima asfixiante de Florida, por lo que es una suerte que las sábanas y mi calor corporal le basten para dormir sin congelarse. Estoy dispuesto a soportar un poco de calor con tal de tenerla pegada a mí toda la noche, pero habría sido una tortura tener que meter en la cama una de las mantas que le traje.

En Finlandia la época de pesca alcanza su punto más álgido entre mayo y noviembre. Por suerte, no hay mucha gente que preste atención a nuestro lago, así que reina el silencio cuando por fin dejamos de remar. El proceso de después es bastante mecánico: sacamos las cañas de pescar, amarramos los anzuelos, colocamos los cebos y lanzamos el sedal, uno hacia cada lado del bote. Luego solo queda esperar. Tanto Luka como yo somos competitivos hasta decir basta, pero, cuando transcurren los primeros cuarenta minutos y todavía no ha picado ningún pez, es inevitable que los ánimos comiencen a decaer.

Luka suspira, deja la caña en el soporte y se estira en la barca. No tardo en rendirme y hacer lo mismo. Me tumbo bocarriba y clavo la vista en el cielo. Recuerdo que las tardes de pesca con mi padre se alargaban hasta las tantas. Ahora me da la sensación de que el tiempo pasaba más deprisa cuando era pequeño. O eso o quizás me he vuelto demasiado impaciente con los años.

—Puede que todos los peces murieran cuando el lago se congeló en invierno —reflexiona Luka.

—Lo dudo. Seguramente tendríamos que haber comprado cebos mejores.

Para mi sorpresa, eso le hace gracia. Suelta una carcajada que acaba con un gemido de frustración exagerado.

—Esto es una mierda —dice—. Era mucho más divertido cuando éramos críos.

—Sí, eso es verdad.

Nos invade un silencio que solo se alarga durante unos segundos. Luka me da una patadita en el lateral del muslo. Estamos tumbados de forma alterna, mirando uno para cada extremo.

—Háblame de algo.

—¿De qué quieres hablar?

—No lo sé. Vivimos juntos y aun así tengo la impresión de que hace siglos que no me cuentas nada de tu vida.

—Tampoco ha pasado nada interesante. —Y, si hubiera ocurrido, él solo habría tenido que prestar un poco de atención para saberlo. Decido reservarme el comentario porque sé que lo está intentando. Y no quiero que volvamos a discutir.

Todos los lugares que mantuvimos en secreto | 31/01 EN LIBRERÍAS Donde viven las historias. Descúbrelo ahora